997 resultados para Crítica Literaria
Resumo:
La autora revisa los relatos de Aguilera-Malta incluidos en Los que se van. Ellos anticipan los contenidos y rasgos de su narrativa posterior, constituyendo un verdadero «octamerón de las pasiones» humanas. Sentimientos existenciales complejos animan a los personajes: una amistad llevada a sus límites, el autoengaño en relación al objeto amoroso, la autoexpiación de una vieja culpa, un «Don Juan» de las islas, que súbitamente, al encontrar el amor por primera vez, castiga al mal que lo posee mediante la autocastración y la muerte (el mal como algo intrínseco y extrínseco, a la vez). Una estructura compleja, intensidad en la forma, economía de recursos, claro sentido de fabulación: todos estos elementos, presentes en su narrativa posterior, se evidenciaban ya, con precoz maestría, en los cuentos incluidos en Los que se van.
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Luego de ubicar a Ángel F. Rojas entre los ensayistas de temas literarios de su generación, la autora sustenta la vigencia del crítico lojano. Más allá de que no exista, en el siglo XX, ningún otro estudio de similar alcance sobre la novela ecuatoriana, plantea que los méritos de esta obra radican en los criterios de periodización empleados, en que los juicios emitidos se sustentan en criterios estéticos, y en que jerarquiza las obras de acuerdo a su valor literario, no se trata de crítica impresionista o biografista, ni sesgada negativamente por consideraciones ideológicas. Rojas incluye, entonces, tres rasgos propios de la moderna crítica literaria: el deslinde, el establecimiento de jerarquías y la emisión de juicios sustentados en la literaturidad de las obras. Un buen número de las conclusiones del autor mantiene actualidad, igual ocurre con la significación de muchas de ellas en el canon del país. El texto de Rojas inicia la moderna crítica literaria ecuatoriana, y mantiene su lugar referencial entre los estudios de la novela en este país.
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La autora revisa tres novelas que leen la Historia bajo nuevos planteamientos y que proponen otro sentido de heroicidad. La tragedia del Generalísimo, de Denzil Romero, evoca al criollo ilustrado Francisco de Miranda, teórico de los procesos de Independencia. Riera enfatiza las cualidades casi divinas del héroe, sus dudas y excentricidades, su paso de la defensa del realismo al de la causa americana. Mientras llega el día, de Juan Valdano, mira a la Independencia desde una visión contrahegemónica. Riera rescata la noción de que los eventos de 1810, en Quito, no fueron manifestación del nacionalismo criollo, sino de un heterogéneo colectivo social y cultural, el mestizo, que buscaba superar viejos agravios. La biografía Bolívar. Delirio y epopeya, de Víctor Paz, juega con el mito sin alejarse de las fuentes historiográficas. La autora reflexiona sobre los rasgos que definirían al Libertador: cordura-delirio, lucidez-locura, sobre la idea de la emancipación como deseo de posesión de tierras, otorgado por el derecho de nacimiento y negado por la herencia de la sangre. El protagonismo entonces no sería exclusivo de Bolívar, aunque este perviva como paradigma cultural, capaz de legitimar actuales presupuestos de de-colonialidad.
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El autor analiza esta novela histórica de Jorge Velasco Mackenzie, en torno a los orígenes de la nación ecuatoriana, entre la historia y la fábula. Reflexiona sobre el proceso de escribir como una forma de interpelar presupuestos consagrados, valores, símbolos e identidades. Handelsman destaca que el trabajo de la Misión Geodésica Francesa, de 1736, cambió la cosmovisión de la sociedad colonial ecuatoriana, escolástica, por otra de carácter más empírico, pero que el nuevo motor del saber moderno trajo también distorsiones y omisiones de otras verdades (como el que los indígenas perdieran su protagonismo milenario como conocedores de su hábitat). Pone en relieve, igualmente, la imposibilidad de expresar en una segunda lengua lo que se vive en geografías ajenas. Personaje importante es Isabel Godin, quien no puede liberarse del mundo oscuro, complejo y ambivalente que constituye la memoria. En suma, la novela desmitifica la autoridad de las ciencias naturales y físicas, y abre la posibilidad de repensar, reescribir y resignificar la historia del país.
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La autora destaca la influencia de los “diarios perdidos” de Manuela Sáenz sobre el Diario de Paita (editado por Carlos Álvarez Saá), la biografía publicitada por el Museo Manuela Sáenz en Quito y la película venezolana de Diego Rísquez. Por otro lado, señala que la imagen de Sáenz ha sido apropiada como símbolo de causas cívicas o feministas, predominando la imagen de una atrevida transgresora de las normas de género, sexualmente pervertida, perturbadora del orden social. No obstante, el Museo y la película de Rísquez la presentarían como alguien honorable, e insistirían en la perseverancia del amor y lealtad de Sáenz a Bolívar. Hennes señala, además, que Rísquez trata las cuestiones de género y sexualidad respetando la complejidad e integridad de la Sáenz fílmica y de la histórica, que su performance de género le permite navegar los espacios masculinos y femeninos, para gozar de cierta agencia política y social en el círculo de Bolívar. Habría en la película y el Diario un lugar común, que no aparece en la literatura del Museo: la representación de Bolívar como figura trágica. Pese a sus discrepancias, los textos mencionados contribuyen a la construcción continua del ícono político, social y cultural.
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El autor reflexiona sobre el poema escrito por Bolívar en 1823. Plantea que, ante la sobrecogedora belleza del volcán, y enfrentado a un destino complejo y caótico, el héroe revive eternos temores. Serrano lo asimila al Cristo del sermón de la montaña, cuando pretende reencontrarse con los elementos, reinsertarse en el mundo que está redefiniéndose en los campos de batalla. En la cima del Chimborazo, Bolívar dialoga con el tiempo, voz en la que el autor destaca las resonancias bíblicas. Resalta que el héroe, perturbado por los acontecimientos políticos, está poseído por una “pasión violenta”, por un proyecto político que deviene en obsesión: la idea de construir una gran nación liberada. Serrano concibe a la voz del Viejo como la representante de un orden mítico que pervive (el guardián del mundo mineral y espiritual), que interpela a un sujeto que, otra vez como el Cristo, duda. El final abierto del texto, para el autor, sugiere que solo en el sueño o el delirio es posible reconocer nuestra condición de “míseros mortales”.
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La autora reflexiona sobre el relato “Ella”, del uruguayo Juan Carlos Onetti, y sobre otras representaciones de la muerte de Eva Perón, escritas por Jorge Luis Borges, David Viñas y Néstor Perlongher. Afirma que en la Argentina de Perón ya confluían realidad y ficción, y que las múltiples biografías de Eva serían “un duelo de versiones narrativas entre la ficción y la historia o, si se prefiere, una metáfora de la historia”. Rosano plantea que, en los textos revisados, es la realidad la que adopta contornos fantasmagóricos, disparados por motivos diversos: la descomposición y el tópico del mal olor, la impostura del cuerpo embalsamado y del mandatario, el entrelazamiento entre lo político y lo sexual en la escena del velorio, la imagen de Eva, “una diosa que muestra sus encajes de novia de suburbio” pero también una siniestra y doliente “zombi escarlata”. Señala, finalmente, que los textos muestran a los fieles, esos “miles de necrófilos murmurantes y enlutados”, sometidos a la potencia del mito.
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Este libro aborda el conflicto entre tradición y modernidad. La discusión se reactualiza en torno a tres novelas que pueden considerarse representativas de la literatura andino-caribeña: Los ríos profundos, de José María Arguedas; El chulla Romero y Flores, de Jorge Icaza, y El coronel no tiene quien le escriba, de Gabriel García Márquez. ¿Cómo ser “absolutamente moderno”, como quería Rimbaud, sin convertirse en “pura copia de revista europea”, como denominaba el escritor ecuatoriano Icaza a esos escritores que carecían de arraigo en su historia? Las novelas que disecciona este ensayo son un territorio propicio para distinguir las fricciones entre lo nuevo y lo antiguo. El escritor peruano Arguedas plantea los roces entre oralidad y escritura; Icaza reinventa el monólogo interior y lo convierte en diálogo interior, y el colombiano García Márquez desafía las poderosas fuerzas de la nación moderna y de la economía transnacional mediante la preservación de la memoria rural. El solo hecho de llamar novelas a estos textos significa reconocer su modernidad, pero esta investigación caracteriza en qué sentido esta modernidad es distinta del paradigma predominante. Esa diferencia se establece, según David Guzmán, por la situacionalidad, es decir, por las condiciones materiales de invención y de conflicto en las que ni la historia ni la modernidad son un valor absoluto sino relativo.
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Pretende identificar a Antonio Preciado como poeta de la diáspora, reconociendo a un poeta que ha llegado a la plenitud de la creación artística precisamente por ser negro. Y esta pertenencia es trascendente porque no conoce fronteras geográficas, temporales o nacionales. Afirma que de igual manera, la poesía afro de Preciado es trascendental porque, también, pertenece a todos. Se da esto en el contexto del año 2011, Año Internacional de los Afrodescendientes.
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Analiza las múltiples distancias y proximidades inherentes a la relación entre la escritura y la oralidad que marcan el contexto desde el cual se pretende leer a Estupiñán Bass y problematizar el sentido complejo de lo que constituye la literatura afro en el Ecuador y, por extensión, de gran parte de la diáspora afrolatinoamericana.
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El autor revisa el cuento “Guayaquil”, de Jorge Luis Borges, incluido en El informe de Brodie, su motivo es la histórica reunión entre Bolívar y San Martín en dicha ciudad. Es interpretado a la luz de la novela Nostromo de Joseph Conrad, aludida en el relato, y que se refiere a los devaneos y traiciones de las élites criollas y sus caudillos. Robles sostiene que Borges presenta en “Guayaquil” su propia visión de la Historia: una construcción a base de perspectivas que se cruzan, de reordenamientos de datos y de imprecisiones, para Borges, en la lucha de poderes entre caudillos populares y refinados políticos pesarían más la voluntad y la decisión que las palabras. Finalmente, el autor revisa el efecto de una distinta organización de los cuentos del libro. El de la primera versión inglesa apuntaría a mostrar un ascenso en la representación de la barbarie (como tema de los textos), presente en las repúblicas latinoamericanas siglo y medio después de sus independencias.
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El presente artículo es una aproximación a Delirio (Laura Restrepo, 2004) en el cual la autora realiza un análisis descriptivo señalando ciertas referencias literales de la violencia simbólica masculina, interiorizada y reproducida en el contexto sociocultural colombiano.
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Hasta casi finalizado el siglo XX, la narrativa policial, salvo contadas excepciones como “Un hombre muerto a puntapiés” de Pablo Palacio o las novelas cortas Arcilla indócil y El destino de Arturo Montesinos y Pedro Jorge Vera, respectivamente, no se cultiva en Ecuador. No obstante, desde el año 1997 hasta nuestros días, hace su aparición en el medio un puñado de novelas que ensayan diferentes matices y modos de presentación del género. Este trabajo pretende lograr un acercamiento a esta producción, determinando sus antecedentes y analizando cómo y con qué fines estas obras adaptan, juegan o parodian las formas narrativas, los elementos y las convenciones del policial. El corpus central de estudio comprende las siguientes novelas: La Reina Mora (1997), Los archivos de Hilarión (1998) y Condena Madre (2000) de Santiago Páez; Anillos de serpiente (1998) de Juan Valdano; La muerte de Tyrone Power en el monumental del Barcelona (2001) de Miguel Donoso Pareja; El caso de los muertos de risa (2001) de Leonardo Wild; Sara y el dragón (2003), El cadáver prometido (2006) y La conexión argentina (2009) de Rocío Madriñán; y El último caso del guatón Ramírez (2007) de Leonardo Escobar.