36 resultados para Alcover, Juan de Santo Tomás, 1694-1748
Resumo:
Este artículo indaga si la doctrina tomista del ser como actus essendi habría tenido algún antecedente en el pensamiento de Alberto Magno o si, más bien, este autor habría sostenido una concepción esencialista del ser.
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El presente trabajo indaga la noción de razón real (ratio rei) a partir de algunos textos de Alberto Magno y de Tomás de Aquino; o más bien, la posible proyección que de dicha noción pudiera observarse desde la obra de Alberto hacia la de su discípulo Tomás. La profundidad semántica que esta noción conlleva obliga a examinarla desde diversos ángulos epistémicos, tales como la ontología, la gnoseología, la lingüística o la filosofía de la praxis, abarcando a su vez tanto el campo de la filosofía como de la teología. La intención definitiva de este trabajo consiste en mostrar que la famosa triple articulación lingüística dionisiana de causalidad, negación y eminencia únicamente puede entenderse adecuadamente conforme al vínculo que existe entre las rationes rerum y el deseo racional.
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El desarrollo albertino más acabado acerca de la simplicidad de la esencia divina pertenece a la Summa theologiae, redactada a partir de 1268. Allí también se estudian otras propiedades como la esencialidad y la inmutabilidad, pero la que aparece en perfecta correspondencia con la unidad divina es la simplicidad. Nuestro trabajo busca analizar los principales argumentos expuestos por Alberto Magno en la q. 20 del primer libro de la Summa, y detectar los núcleos especulativos que dan razón de la consistencia de la doctrina de la simplicidad divina y de su coherencia con la multiplicidad de atributos y de personas en Dios.
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En el horizonte del pensamiento contemporáneo, Martín Heidegger subrayó la necesidad de una reflexión fundamental acerca del hombre, fundamentación que, sin embargo, él mismo no llegó a desplegar completamente. No obstante ha puesto de relieve la necesidad de una interpretación del hombre que llegue hasta sus estructuras ontológicas fundamentales, relacionadas al problema del ser, que, en su caso, reviste una modalidad distinta al ser de las demás cosas, aún, de los demás vivientes, motivo por el cual la pregunta acerca del hombre es también metafísica. No pretenderemos dar una respuesta acabada a estos puntos de vista, ni los abordaremos desde su propia comprensión de la ontología, del hombre y del ser. En su lugar nos propondremos recoger algunas perspectivas ya presentes en el pensamiento medieval que puedan aportar, al menos en principio, una orientación hacia su desarrollo. La comunicación quedará configurada por dos características: abordará la problemática de la relación entre naturaleza y persona desde una perspectiva preferentemente metafísica a partir del Comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo de Tomás de Aquino; y sugerirá algunas tendencias en este campo que ponen de relieve la preeminencia de la persona en el conjunto de su pensamiento filosófico.
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En un primer examen de las auctoritates Ockham formula un claro acercamiento al esquema aristotélico-boeciano y a la definición de persona como sustancia en cuanto suppositum intellectualis, definición que encuentra conveniente aplicar tanto a lo creado como a Dios. Comienza luego una discusión más próxima y contemporánea con los moderni, que está centrada, por un lado en Escoto para quien la persona se ha de definir a partir de la relación; y por otro, con santo Tomás de Aquino. “Persona", para el Aquinate, no significa una naturaleza común quidditas, ousía o sustancia segunda, por el contrario, indica al individuo: “esta carne y estos huesos" pero lo significa de un modo vago e indeterminado. Precisamente, éste es el punto que Ockham discute: qué denota esta significación indeterminada; le dedica a la cuestión un amplio análisis que lo conduce a equiparar los conceptos de naturaleza y de persona. En un paso subsiguiente Ockham propone examinar las personas in divinis: no es posible establecer in divinis ninguna diferencia o distinción; si se afirma en Dios la presencia de tres personas y de una sola naturaleza la adhesión se presta por la fe sin que medie un acercamiento racional al tema. El aparato conceptual y metafísico para abordar el problema de la persona en sede divina, ha pasado por la criba de un examen que concluye, para Ockham, en la verdadera imposibilidad de elaborar una teología trinitaria.
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A fines de los años 40’, el filósofo norteamericano Arthur Lovejoy y el en ese momento Presidente del Pontifical Institute of Mediaeval Studies, Anton Pegis, sostuvieron una interesante discusión sobre la existencia de libertad o necesidad eficiente en el acto divino de crear conforme a la filosofía de Tomás de Aquino. Lovejoy denunciaba una supuesta incoherencia fundamental en las enseñanzas de Tomás al respecto. Según él, en el concepto tomásico de creación se encuentran implicados al mismo tiempo los conceptos de necesidad agente y libre albedrío aplicados al Creador. Esta supuesta contradicción era para Pegis no sólo falsa sino imposible. Aquí repensaremos dos puntos centrales de dicha discusión: en primer lugar, si, como piensa Lovejoy, para Santo Tomás efectivamente existe una contraposición entre la autosuficiencia de Dios y su capacidad para amar otras cosas distintas de Él. Luego, el significado de la frase: “condice a la bondad divina que también otras cosas participen de la misma". (S.th., I, q.19, a.2).
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Con la tardía recepción de la Política de Aristóteles es posible verificar la presencia de un discurso naturalista como fundamento del ámbito político. Una de las premisa representativas de este discurso afirma que el hombre es político por naturaleza. Tomás de Aquino asume este fundamento naturalista no sin percibir que este nuevo discurso parece confrontar con ciertas formulaciones agustinianas. En efecto, las tesis agustinianas sugieren una estrecha vinculación entre la dimensión política y la naturaleza caída. El presente trabajo se propone, en primer lugar, señalar la importancia de esta confrontación que busca reestablecer la dimensión natural y, en segundo lugar, analizar algunas proyecciones de este cambio de perspectiva en Marsilio de Padua.
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La ponencia aborda la cuestión del origen inmediato del poder político en Francisco Suárez, a partir de un análisis de su formulación de la teoría de la traslación. Tras plantear dicha teoría, dominante en la segunda escolástica, el trabajo intenta una aproximación al problema de en qué medida la filosofía política del Eximio –y en particular su teoría de la traslación- expresa continuidad o ruptura respecto de la tradición política de la escolástica aristotélica.
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El politeísmo y el carácter terrenal de los valores fueron la base de la concepción de la virtud política en la Antigüedad. A partir del Bajo Imperio Romano y durante la Edad Media, se produjo la asimilación entre política y religión, por la que el hombre fue orientado hacia valores trascendentes con una ética que debió extenderse hacia todos los aspectos de su vida. La Modernidad fue testigo de una transformación dada como consecuencia de la dicotomía entre la política de Estado y la moral cristiana. De esta manera, la virtud política dejó de ser concebida en relación con la moral y pasó a recubrirse de un ropaje instrumental. Comenzó a ser utilizada entonces como una herramienta para la consecución de un nuevo fin: la adquisición y conservación del poder. En esta la última época surgieron numerosos escritos políticos que reflejaron las contradicciones de la mentalidad moderna. En este sentido, enmarcado en el Barroco Español, escribió Juan de Mariana. En la obra De Rege et Regis Institutione plantea su concepto de virtud política, pero no lo hace en el sentido filosófico estricto. Este jesuita estudia cuidadosamente cada uno de los valores que se le exigen a los gobernantes para realizar una buena administración de sus territorios, para la felicidad de su pueblo y el acercamiento de su reino al de Dios. Juan de Mariana mostró una virtud que podía ser, a la vez, política y cristiana.
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Fil: Peretó Rivas, Rubén. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
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Según la epistemología aristotélica, el acceso cognoscitivo al mundo sensible es variado. Aquí se trata del acceso poético. Aunque Tomás de Aquino no haya comentado la Poética, leyendo otros textos de sus obras podemos averiguar algunas cuestiones que él pensaba acerca de este tipo de conocimiento. Siguiendo las prescripciones epistemológicas de Aristóteles, se analiza al respecto el grado de certeza que el conocimiento poético especulativo detenta y la calidad del objeto que estudia. Leyendo su Poética podemos averiguar cuáles son las cuestiones más importantes a investigar en esta materia y, a continuación, diseñar una posible investigación con la filosofía tomásica, que se apoye en aquella propia de la obra del Estagirita mencionada.
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La percepción de lo bello, algo que alcanza al hombre como totalidad, se inicia en los sentidos, entre los cuales Tomás de Aquino ha privilegiado a la vista y al oído. Este hecho pone a la luz dos aspectos que el presente trabajo quiere destacar: por una parte, el respeto que el Aquinate ha mostrado a una tradición que, originada en Platón y comunicada por Agustín al medioevo, hace de la vista y el oído los únicos sentido capaces de percibir la belleza. Por otra parte, destaca que los análisis elaborados por Tomás sobre el tema constituyen un aporte a la especulación tradicional. Así, esta ponencia se ocupará de la vinculación entre lo bello, la vista y el oído, tanto en sus fuentes cuanto en las contribuciones efectuadas por el Aquinate.
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La conocida tesis de Tomás de Aquino de que el ver «es el más elevado de todos [los sentidos]» (De anima, c13) está detrás de la metáfora de la vista como expresión del conocer y de la afirmación de que este sentido es el más inmaterial (y más próximo a lo espiritual) de todos los sentidos externos. Esta noción de ‘ver’ (y de ‘sentir’) presentaba dos elementos constitutivos de todo sentido: lo que tenía como inmutación o impresión (contacto con la realidad) y su carácter formal (aprehensor de la forma sensible). Lograr una posición unitaria que integre tanto el elemento impresivo (dador de realidad) como aprehensivo o cognoscitivo ha sido también el intento de posturas filosóficas contemporáneas (como la de Zubiri) respondiendo a posiciones insuficientes que o bien han primado el elemento de inmediatez, o han señalado el sentir como mero dador de contenido a la inteligencia. Así, este autor revisa las formas de interpretar el sentido, señalando la primariedad del sentido del tacto y la fundamentalidad de éste para la comprensión del verdadero estatuto del sentir humano, poniendo de nuevo en actualidad la reflexión del Aquinate sobre el sentir, indicando a su vez la diferencia de planteamientos de ambos autores.
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Fil: Pérez, Haydée Otilia.
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En medio de las disputas del siglo XIII, Tomás de Aquino afirma en el Commentarium in Sententiis, primera composición filosófico- teológica, que “a la creación no sólo se la alcanza a través de la fe, sino por la demostración racional". Esta idea no la abandona en ningún momento y la mantiene a lo largo de su obra. Constituye nuestro propósito en el presente trabajo establecer la relación existente entre la estrategia argumentativa que el autor desarrolla en torno a dos problemas: el de la creación y el del origen temporal del mundo, señalando las dos vías argumentativas utilizadas, una que concluye demostrativamente y la otra que expresa la imposibilidad de justificar racionalmente el tema. La clave argumentativa que según entendemos le permite diferenciar el doble orden de explicación radica en la distinción entre causas por sí y por accidente: una causa A está esencialmente ordenada a una causa B, si la acción de B es necesaria para que la acción de A haya tenido lugar. De modo que para alcanzar el efecto, es necesario admitir una causa primera, y entre los dos términos la distancia o el número de causas esencialmente ordenadas a la causa primera debe ser necesariamente finito. Distinto es el caso si se considera el orden de la temporalidad inscripto en el marco de la causalidad accidental: un mundo eterno o no, es algo que no se puede justificar racionalmente en cuanto es un efecto accidental que procede de una causa que obra con absoluta libertad. Entendemos que esta distinción es el instrumento conceptual que le permite a Aquino delimitar epistémicamente entre lo que es posible justificar con certeza, tal es el caso de las argumentaciones que ofrece en torno a la creación; lo que sólo lo es de modo probable, en particular las argumentaciones con base en las doctrinas físicas aristotélicas; y finalmente, aquello que el hombre únicamente puede llegar a conocer a través de la Revelación, como es el caso del conocimiento de un inicio temporal del mundo.