28 resultados para Generación del 40

em Andina Digital - Repositorio UASB-Digital - Universidade Andina Simón Bolívar


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Tres novelas ecuatorianas escritas entre 1927 y 1946 –El desencanto de Miguel García, de Benjamín Carrión, Banca, de Ángel F. Rojas, y Los animales puros, de Pedro Jorge Vera– son leídas a partir de las coordenadas de inicio y de cultivo ulterior de la novela de formación (Bildungsroman) en Latinoamérica –a finales del siglo XIX e inicios del XX. El ensayo destaca, al mismo tiempo, varias diferencias respecto del género originario, surgido en Alemania un siglo antes, en Latinoamérica la novela de formación sería más una «contraescritura del paradigma goethiano», con elementos de un «género paradójico». En este contexto de la subregión, El desencanto de Miguel García se corresponde enteramente con las características del género, al cual incorpora la perspectiva de un final feliz. Banca es mirada como una «novela de formación de lo rural andino», más cercana a Los ríos profundos, de José María Arguedas, junto a ella, y antecediéndola en 20 años, aportaría ya una renovación de lo regional, adicionalmente, Banca puede ser leída como novela de artista, subgénero de la novela de formación. En cuanto a Los animales puros, se concluye que es más novela política que Bildungsroman, puesto que no cumple las premisas necesarias de la misma, no es novela de artista, aunque se trate de una novela intelectualizada.

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El autor revisa La navaja y otros cuentos, de Humberto Salvador. Son narraciones cortas de temática urbana, que critican las desigualdades y la deshumanización de la sociedad modernizada. Objetos diversos (navajas, linternas, autos, etc.) funcionan, metafóricamente, en oposición a esa deshumanización y el aislamiento, generándose con la violencia al menos un vínculo entre los seres humanos. Las relaciones entre las clases sociales altas y los individuos marginales –cuyas posibilidades de resistencia individual o de venganza recaen siempre en el azar–, resultan sombrías. Relatos altamente connotativos, de finales abiertos y cargados de sorpresa, mantienen un tono lúdico y esperanzado pese a su carga de denuncia social. El autor presenta a Salvador no solo como un compañero del vanguardista Pablo Palacio, sino como un precursor en el uso de ciertas nociones de la nueva narrativa en el país.

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La tesis que el lector tiene en sus manos tuvo como propósito un acercamiento a las representaciones del mal en la narrativa moderna, poniendo el acento en el caso ecuatoriano. La cuestión del mal acompaña al nacimiento de la literatura moderna y está signada por las relaciones específicas que arte y realidad adquieren en los nuevos tiempos. Los dilemas y contradicciones de la modernidad —instinto y razón, mito e historia, naturaleza y cultura, verbo y experiencia, etc.— están implicados necesariamente en la reflexión. El primer tiempo de este trabajo supone un acercamiento a algunos de los tópicos fundamentales para la comprensión de las figuraciones del mal en la literatura moderna. Hay, igualmente, una aproximación a algunas especificidades de la cuestión en las letras latinoamericanas. En el segundo tiempo el lector podrá encontrar un análisis del tema en la narrativa ecuatoriana escrita alrededor de los 30, tomando como casos representativos de ésta la obra de la llamada generación de los 30, muy en especial la del Grupo de Guayaquil, y la de Pablo Palacio, este último como representante sobresaliente de la narrativa de inspiración vanguardista en Ecuador. Estos autores, como se verá, representan tendencias que expresan modos divergentes de concebir el mal pero convergentes en el tiempo. El diálogo entre corrientes será inevitable para contraponer e incluso aproximar sus poéticas e ideologías —aunque sea, en este último sentido, como introductores de la 'semilla del mal' en las letras del Ecuador .

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Revisa y reflexiona la obra vanguardista del escritor ecuatoriano Humberto Salvador, que se gesta a finales de la década del 20 y los primeros años del 30, y que básicamente se expresa en los libros como Ajedrez (cuentos); En la ciudad he perdido un anovela (novela), y Taza de té (cuentos). A más de releer su obra, se examina su contexto, irrupción de la "Generación del 30", y se establece cómo esos textos de renovación que afirman el proceso de fundación de la nueva literatura ecuatoriana, despúes de haber merecido algunas apreciaciones críticas muy entusiasta, sobre todo desde el extranjero, y otras desdeñosas emitidas en el país, de pronto caen en un silecio total, a tal grado que Salvador sólo es considerado en la historiografía literaria nacional como el autor de novelas como Camarada (1933) y Trabajadores (1935) a las que erróneamente, sobre todo la segunda, se las ubica dentro de la estética del "realismo socialista", con el que Salvador no se involucra. Esas novelas son parte de un "realismo integral", según la definición de Joaquín Gallegos Lara, que afirma la tendencia del llamado realismo social de los 30. En este trabajo, a más de comentar y analizar lo que sucedía con la vanguardia en Ecuador y América Latina, se plantea una recuperación de esos tres libros vanguardistas, dentro de una interpretación que los resignifica en lo que es la "ruptura de la tradición", sobre la que tienen enorme incidencia; a la vez que se fijan algunas claves de su "inquietante modernidad", al decir de Benjamín Carrión, respecto a la obra de un autor ineludible a la hora de considerar lo que esa otra vertiente de la vanguardia, que en solitario ha encabezado Pablo Palacio desde su recuperación operada en la década de los 60, y que por igual encarna la obra salvadoriana desde una línea distinta que enriquece y amplía la inaugurada por el lojano. Obra, la de Salvador, muy marcada por las luces del psicoanálisis (freudismo) y el marxismo, de enorme influencia en los autores del 30. Hay que destacar en este escritor -¿síntoma de su pertubadora modernidad?- su papel, también, como pionero en el estudio y divulgación del freudismo en Ecuador y Latinoamérica con su estudio, para la época desacralizador, titulado Esquema sexual (1933).

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La autora parte de la concepción de Alfredo Pareja sobre el acto de escribir (sostiene que a través de sus personajes logró dar vida a sus ideas y proyectos políticos), y afirma que un ejemplo cabal de ella es la construcción de la mulata Baldomera. Reflexiona entonces sobre el autor, a partir de su biografía y de la creación de sus personajes. Baldomera sería una metáfora de la mujer de la época, ubicada entre la sujeción y la búsqueda de una autonomía, en este proceso ella se rebela, no contra los hombres, sino fundamentalmente contra su cuerpo, contra sí misma, evidenciando la doble moral de la mentalidad patriarcal, que persigue la sumisión de la mujer por medio de la violencia. Entonces, "¿qué representa Baldomera? Es un cuerpo roto, escindido, marcado y sufriente. Una muestra de la obscenidad de la miseria".

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La autora revisa la ensayística de Alfredo Pareja sobre temas de arte colonial, cultura y literatura. Da cuenta de la evolución de su noción de lo artístico desde 1933, cuando Pareja marca distancia con la generación anterior y con el arielismo vigente, al hacer suya la defensa del realismo social, más adelante, sin embargo, matizaría estos juicios en otros ensayos. Su postura crítica, en términos generales, no defiende la originalidad ni la forma del texto por sí mismas, sino el valor del contenido, el humanismo empieza a ser el hilo conductor de su narrativa e iluminador de su estética. Por otro lado, siente la necesidad de resignificar lo local en su contacto con lo universal, reconociendo el afán de contemporaneidad de su generación, su defensa de lo mestizo está presente en sus reflexiones sobre el barroquismo latinoamericano. Finalmente, resulta interesante que Pareja aproxime dos grandes momentos del arte ecuatoriano: la pintura y escultura colonial de la llamada escuela de Quito, y la propuesta estética de su generación.

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La autora revisa los relatos de Aguilera-Malta incluidos en Los que se van. Ellos anticipan los contenidos y rasgos de su narrativa posterior, constituyendo un verdadero «octamerón de las pasiones» humanas. Sentimientos existenciales complejos animan a los personajes: una amistad llevada a sus límites, el autoengaño en relación al objeto amoroso, la autoexpiación de una vieja culpa, un «Don Juan» de las islas, que súbitamente, al encontrar el amor por primera vez, castiga al mal que lo posee mediante la autocastración y la muerte (el mal como algo intrínseco y extrínseco, a la vez). Una estructura compleja, intensidad en la forma, economía de recursos, claro sentido de fabulación: todos estos elementos, presentes en su narrativa posterior, se evidenciaban ya, con precoz maestría, en los cuentos incluidos en Los que se van.

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Se plantea que la crítica suele ignorar las colecciones de cuentos que Humberto Salvador publicara entre las décadas de 1930 y 1980. Salvador recrea, a lo largo de toda su producción, la sociedad y la cultura que lo rodean, buscando descifrar su esencia moral, para ello, otorga a la intuición un valor positivo, por sobre la razón. Entre los temas iniciales del autor guayaquileño (década de 1920), sobresale su reflexión sobre el arte, como producción inmersa en la cultura, la historia y la sociedad, una obra sería conjunción del trabajo literario y el azar de la vida cotidiana: por ello es un objeto por encontrarse. Después de este período «estético», Salvador buscó representar la sociedad, con personajes desclasados principalmente, que no se adhieren a ningún código ortodoxo. Hizo énfasis en aspectos psicológicos o en estados mentales (enfermedades como la esquizofrenia, la histeria, etc.). A decir del crítico Wilfrido H. Corral, los relatos del guayaquileño progresan del tema del artista hacia el de la cotidianidad, y de éste al del artista menos libre, son joyas, insiste, de la comedia existencial, de la angustia y de la moderación doméstica.

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Los escritores ecuatorianos han creado un rico legado de imaginarios que apuntan a una identidad nacional que es, en el fondo, plurinacional e intercultural. Si bien los autores de la Generación del 30 plantearon con su narrativa un proyecto de nación que incluía a las diferentes culturas que la habitan –proyecto mestizo fallido, sin embargo, en tanto anulaba las diferencias y consagraba las desigualdades–, el protagonismo social de estas culturas en la década de los 90 complementa la propuesta surgida desde lo literario en los años 30. Adicionalmente, la auto-representación política actual de dichos grupos pone en tela de juicio criterios del ámbito cultural contemporáneo, uno de ellos es el del llamado «Síndrome de Falcón», que pretende ser una metáfora de la carga de representar a sectores sociales desfavorecidos, que ha pesado sobre los narradores ecuatorianos durante el siglo XX. Todo ello empuja el proceso de reconfiguración del panorama de la cultura ecuatoriana: la creciente participación de estas voces antes silenciadas, así como la emergencia de otras formas de contemplar al mundo natural, que suscitan nuevas lecturas de novelas clásicas como Don Goyo o La isla virgen de Demetrio Aguilera-Malta.

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El autor revisa la manera en que se representa el discurso narrativo «a la manera del habla» en cuentos de Aguilera-Malta, Gallegos Lara, Gil Gilbert y De la Cuadra. Este «efecto de oralidad» se realiza mediante recursos diversos: con descripciones que apelan a mitos, o la presencia de refranes que transmiten la experiencia colectiva, con el uso de fórmulas del relato oral, como las equivalentes a aquella de «había una vez», a través de la prosopopeya (personificación, animación, metáfora sensibilizadora) y de la hipérbole, de la alternancia entre un narrador testigo y otro de carácter letrado, o la alternancia narrativo-conversacional en un mismo narrador. Por otro lado, también en ciertos motivos temáticos se encuentran rasgos de oralidad: en la recuperación del universo primigenio, en el que hombre y naturaleza eran uno solo, en el rol de los supuestos, sobreentendidos, habladurías o creencias (experiencia colectiva transmitida que, una vez que circula en la comunidad oral, adquiere el carácter de verdad). Todos estos recursos apuntan a redescubrir la riqueza expresiva del imaginario y los valores del mundo montuvio, en convivencia o disputa con aquellos de la cultura cristiana y de los entornos urbanos.

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Se contrasta Honorarios, obra dramática de Aguilera-Malta, y «Honorarios», el cuento de José de la Cuadra que la inspiró. El diálogo entre los dos autores fue explícito en diversos textos, así como en sus respectivos mundos literarios: nombres de personajes, motivos, leyendas, mitos, formas, ideología y demandas, actitudes e intereses. De la Cuadra dialogó a su vez con otros creadores. «Honorarios», e.g., recrea y reinterpreta la figura del mítico fetiche Moloch, según lo representan Metrópolis, del cineasta Fritz Lang, y Salambó, de Gustave Flaubert, la narración aludida es también una refundición en torno al tema del poder omnipresente y cruel, que requiere insaciablemente de víctimas propiciatorias. De igual manera, en su proceso creativo y de búsqueda expresiva, Aguilera-Malta acostumbró remozar y reformular temas en diferentes géneros literarios –como el de la lucha del ser humano frente a las fuerzas hostiles de la naturaleza y la sociedad, interpretado en La isla virgen, El tigre y Jaguar–. En Honorarios, Aguilera-Malta se concentró en hallar la manera de transferir la trama del relato «Honorarios» al género dramático. El resultado es una eficaz refundición, en términos de la perspectiva histórico-política y de reflexiones sobre la función de la literatura.

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Seguir las huellas de la oralidad en algunos cuentos de la narrativa ecuatoriana de los treinta es, sin duda, una tarea compleja, porque no se trata de textos que se inscriben dentro de lo que Walter J. Ong llama oralidad primaria, es decir, “a la oralidad de una cultura que carece de todo conocimiento de la escritura o de la impresión”,1 sino de la literatura (letra) hecha, precisamente, por letrados, por escritores y constituida por textos fijados, hasta cierto punto, por la escritura, es decir, de la oralidad secundaria, de aquella que depende de la impresión y en general de la tecnología. Por lo tanto es necesario considerar, para este estudio, tanto la oralidad como la escritura –oralidad primaria y oralidad secundaria– como dos niveles dialógicos de análisis e interpretación, no excluyentes sino complementarios. Por esta razón sería más apropiado hablar de los efectos de la oralidad en textos escritos, que modelizan un tipo de cultura, en este caso, la del montubio de las primeras décadas del siglo XX – la de la época del cacao–. Entonces, la pregunta básica a la que vamos a tratar de responder es: ¿cómo se representa dicha cultura oral en los textos seleccionados? (“El cholo del cuerito e venao” y “El cholo que se castró”, de Demetrio Aguilera Malta; “El Guaraguao” y “La salvaje”, de Joaquín Gallegos Lara; “Mardecido llanto” y “El malo”, de Enrique Gil Gilbert; y “Banda de pueblo”, de José de la Cuadra.)

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The article thinks over the role of museums in the construction of scientific and historical representations and as a space that connects the forms of visualizing the past and the construction of historic knowledge. Also analyzes the museum as a setting of tension between the visualization and the generation of scientific or historical knowledge; and between the forms of evoking-representing and the sensitive cognitive processes that it activates in museum audiences. This oscillation takes place in the Museo Paulista.

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Los así llamados escritores de la década del 50 publican su obra en el período 1945-1962. Entre los más connotados figuran César Dávila Andrade, Alfonso Cuesta y Cuesta, Arturo Montesinos Malo, Mary Corylé, Pedro Jorge Vera, Rafael Díaz Ycaza, Eugenia Viteri, Walter Bellolio, AIsino Ramírez y Alejandro Carrión, quienes provienen de Cuenca, Loja y Guayaquil. Aunque no constituyan un grupo orgánico en sí ni cultiven una estética común que los identifique, todos confluyen en un realismo más abierto que aquel que marcara a la generación del 30, dentro de la que, por razones cronológicas, se ubica a Angel F. Rojas, pese a que su temática y búsqueda estética dialogan mejor con la narrativa de los años 50. La propuesta de estos autores da espacio al lirismo, a la exploración de subjetividades enfrentadas a espacios sociales reconfigurados -Quito y Guayaquil, urbes expandidas y excluyentes-, y al desentrañamiento del sentido de la modernidad que trastoca de manera radical sus ciudades y pueblos pequeños, revelando sus contradicciones y falsas promesas. Cuestiona, además, el sentido y los alcances de los aprendizajes de la modernidad en la gran ciudad, y el rol del escritor en el contexto de un país pequeño. En la cima de esta narrativa se ubica sin duda la novela y cuentística de los escritores César Dávila Andrade, Ángel F. Rojas y Walter Bellolio.