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Destierro y redención: el «síndrome de Adán y Eva» en La belleza del mundo de Héctor Tizón (Crítica)
Resumo:
En este ensayo, el autor plantea un diálogo entre la novela La belleza del mundo, de Héctor Tizón, y los arquetipos bíblicos de Adán y Eva, la pérdida del paraíso y el destierro, y el retorno al Edén. A partir de la traición primigenia de la esposa del protagonista, se inicia la integración a un tiempo cíclico e infinito –el del exilio. En el destierro, el protagonista está marcado por su afán de anular la temporalidad real y, a la vez, su propia identidad, intenta forzosamente olvidar la propia historia, lo cual lo conduce a una crisis de identidad. Al cabo de un largo recorrido, se plantea la necesidad de incorporar los acontecimientos de la vida a un tiempo mítico que regenere y perpetúe todas las acciones, y en el cual se busque el sufrimiento para alcanzar la salvación. El autor evidencia paralelismos diversos del texto con la doctrina cristiana: el protagonista comprende que para regresar a su propio centro debe perdonar. Y eso solo es posible regresando, enfrentando su pasado: el tiempo de redención es un regreso, pero el mismo-nuevo sitio no vuelve a ser jamás el paraíso.
Resumo:
El autor reflexiona sobre el poema escrito por Bolívar en 1823. Plantea que, ante la sobrecogedora belleza del volcán, y enfrentado a un destino complejo y caótico, el héroe revive eternos temores. Serrano lo asimila al Cristo del sermón de la montaña, cuando pretende reencontrarse con los elementos, reinsertarse en el mundo que está redefiniéndose en los campos de batalla. En la cima del Chimborazo, Bolívar dialoga con el tiempo, voz en la que el autor destaca las resonancias bíblicas. Resalta que el héroe, perturbado por los acontecimientos políticos, está poseído por una “pasión violenta”, por un proyecto político que deviene en obsesión: la idea de construir una gran nación liberada. Serrano concibe a la voz del Viejo como la representante de un orden mítico que pervive (el guardián del mundo mineral y espiritual), que interpela a un sujeto que, otra vez como el Cristo, duda. El final abierto del texto, para el autor, sugiere que solo en el sueño o el delirio es posible reconocer nuestra condición de “míseros mortales”.