57 resultados para Bizancio


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Se pretende despertar el interés en el profesorado de clásicas sobre el Imperio Romano de Oriente (Bizancio) y sus ramificaciones. Se esquematizan premisas que pueden ofrecer una visión sobre conceptos de multiculturalidad, interculturalidad, frontera y administración pública, ya sea imperial o estatal, especialmente en la formación de los estados modernos a partir de la Revolución Francesa. Esta ponencia cuenta con una serie de diapositivas acompañadas de una guía resumida para su consulta.

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Descripción y análisis de la arquitectura y el arte en la ciudad turca.

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At head of title: J.M. Vargas Vila.

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Ningún maestro de la pintura universal ha logrado esta evasión hasta lo extrahumano como el Greco. Su obra es una huida al mundo de la imaginación. Puede decirse que hasta que no pinta el cielo, su pintura no se españoliza y es que en España lo puede pintar mejor que nadie porque ha soñado con el durante siglos de mística esperanza. Es mucho más poderoso su espíritu que su realidad física. El Greco simboliza el choque de dos culturas: Oriente y Occidente y de dos fuerzas encontradas y poderosas; De una parte, el paisaje exterior hijo del color y de la luz que le entraba por los sentidos y de otra, el sueño que le venía del espíritu y pugnaba por desbordarle. Por eso, su obra es el triunfo de la luz interior, imaginativa y fantástica, sobre las conocidas perspectivas de un mundo real, que a él, no le interesaba y ese interiorismo pictórico se debe a una remota causa teológica que sólo floreció en Castilla y parte de Bizancio. Símbolo de una inacabada lucha entre el sentido sensual y dulce de la vida y el venturoso y difícil rigor del cristianismo. El arte de Bizancio había reflejado el dualismo al igual que el Greco representaba el contraste entre la tierra y el cielo. Sus tesis estaban apoyadas en la Teología. El mayor hallazgo del Greco es que su pintura se mueve por el reino de lo suprasensible. Las formas, el color, la luz se agudizan hacia una culminación de prodigiosa realidad. Con elementos tangibles (ropajes, nubes, figuras) inventa un paisaje celestial que sólo pudieran comprender los ángeles. Hasta que aparece Doménico, nadie había pintado los cuerpos sin peso, aligerados de volumen. Por eso, es el pintor de la ingravidez. Se plantea en el Entierro del Conde Orgaz la más audaz y universal empresa que la pintura universal había conocido: la de pintar el alma. Está ahí, es casi como una nubecilla transparente e informe como una crisálida. Tiene una remota forma, leve de niño. Jamás hasta él, el alma del hombre había sido reflejada por los pinceles. Es espíritu al librarse de su vestidura asciende hasta la presencia de Dios, como una nubecilla desfigurada con forma de niño. Todos son figuras de la época. Son rostros conocidos, apresados al lienzo con una gran sencillez. A partir de esta pintura el alma teológica española encuentra una racional y limpia explicación a sus dogmas y a sus misterios. La muerte es así. Y el paso de la vida terrena al cielo no es un sueño, sino una realidad elemental, que el Greco retrató un día con ingenua y divina naturalidad. El sentido español de la muerte es la consecuencia metafísica del estado de desesperación del hombre ante la tortura de su propia inmortalidad. Todo es sueño, ilusión. Es entonces cuando el hombre se contempla por primera vez reflejado en las aguas de un abismo sin fin. España ha reflejado esta angustia de la vida mortal en las obras mejores de su pintura y el Greco, es el maestro que ha dado más sentido de dolor al trance de la muerte. Para él, la muerte es la tragedia del hombre de España, para quien la angustia de vivir sólo se cura con su propio acabamiento terrenal. Pero, el Greco ha salvado el alma de sus figuras y ha querido librarlas de la desesperación última, poniéndolas por dosel el mundo triunfal de un Dios comprensible y que perdona.

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Se argumenta que la arqueología y la historia monetaria reúnen entre sí el potencial para proyectar una imagen de la economía romana muy diferente a la que sugieren los estereotipos minimalistas. Se discuten las implicancias de esta argumentación para el período tardoantiguo en particular, rechazando el catastrofismo con el que Rostovtzeff concluía su célebre historia del temprano imperio. En el imperio tardío la fortaleza de los intereses privados se mantuvo tan firme como siempre, en una economía caracterizada por la integración de los negocios públicos y privados antes que por un supuesto conflicto o antagonismo entre ambos. El imperio de Oriente conservó estas tendencias en forma pura, con niveles sostenidos de comercio y circulación monetaria hasta las décadas centrales del siglo VII. En este trabajo se argumenta que pensar en términos de ciclos económicos sería para los historiadores más razonable que la patología convencional de la "declinación", "decadencia", etc. Este patrón es notablemente evidente en la historia económica bizantina, marcada por abruptas fluctuaciones entre los siglos V y XII.

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Constantino pretendía enseñar al mundo su Constantinopla como la Nueva (la tercera) Troya, el más acabado retrato de la nueva paidea de inspiración griega y romana. Él mismo y su equipo dispusieron de no más que seis años para planear y reconstruir una ciudad entera, la antigua Bizancio; y las artes plásticas, en especial la escultura, ejercieron un rol determinante en todo ese proceso público. Volviendo una vez más la mirada hacia los restos arqueológicos y la descripción literaria de Cristodoro (Antología Griega, libro II) de la colección de estatuas de los Balnearios del Zeuxipo, el presente artículo desenvuelve una lectura museológica de estas estatuas, buscando encuadrarlas en el plan arquitectónico global de Constantino para su nueva capital del Imperio.

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Se argumenta que la arqueología y la historia monetaria reúnen entre sí el potencial para proyectar una imagen de la economía romana muy diferente a la que sugieren los estereotipos minimalistas. Se discuten las implicancias de esta argumentación para el período tardoantiguo en particular, rechazando el catastrofismo con el que Rostovtzeff concluía su célebre historia del temprano imperio. En el imperio tardío la fortaleza de los intereses privados se mantuvo tan firme como siempre, en una economía caracterizada por la integración de los negocios públicos y privados antes que por un supuesto conflicto o antagonismo entre ambos. El imperio de Oriente conservó estas tendencias en forma pura, con niveles sostenidos de comercio y circulación monetaria hasta las décadas centrales del siglo VII. En este trabajo se argumenta que pensar en términos de ciclos económicos sería para los historiadores más razonable que la patología convencional de la "declinación", "decadencia", etc. Este patrón es notablemente evidente en la historia económica bizantina, marcada por abruptas fluctuaciones entre los siglos V y XII.

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Constantino pretendía enseñar al mundo su Constantinopla como la Nueva (la tercera) Troya, el más acabado retrato de la nueva paidea de inspiración griega y romana. Él mismo y su equipo dispusieron de no más que seis años para planear y reconstruir una ciudad entera, la antigua Bizancio; y las artes plásticas, en especial la escultura, ejercieron un rol determinante en todo ese proceso público. Volviendo una vez más la mirada hacia los restos arqueológicos y la descripción literaria de Cristodoro (Antología Griega, libro II) de la colección de estatuas de los Balnearios del Zeuxipo, el presente artículo desenvuelve una lectura museológica de estas estatuas, buscando encuadrarlas en el plan arquitectónico global de Constantino para su nueva capital del Imperio.

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Se argumenta que la arqueología y la historia monetaria reúnen entre sí el potencial para proyectar una imagen de la economía romana muy diferente a la que sugieren los estereotipos minimalistas. Se discuten las implicancias de esta argumentación para el período tardoantiguo en particular, rechazando el catastrofismo con el que Rostovtzeff concluía su célebre historia del temprano imperio. En el imperio tardío la fortaleza de los intereses privados se mantuvo tan firme como siempre, en una economía caracterizada por la integración de los negocios públicos y privados antes que por un supuesto conflicto o antagonismo entre ambos. El imperio de Oriente conservó estas tendencias en forma pura, con niveles sostenidos de comercio y circulación monetaria hasta las décadas centrales del siglo VII. En este trabajo se argumenta que pensar en términos de ciclos económicos sería para los historiadores más razonable que la patología convencional de la "declinación", "decadencia", etc. Este patrón es notablemente evidente en la historia económica bizantina, marcada por abruptas fluctuaciones entre los siglos V y XII.

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Constantino pretendía enseñar al mundo su Constantinopla como la Nueva (la tercera) Troya, el más acabado retrato de la nueva paidea de inspiración griega y romana. Él mismo y su equipo dispusieron de no más que seis años para planear y reconstruir una ciudad entera, la antigua Bizancio; y las artes plásticas, en especial la escultura, ejercieron un rol determinante en todo ese proceso público. Volviendo una vez más la mirada hacia los restos arqueológicos y la descripción literaria de Cristodoro (Antología Griega, libro II) de la colección de estatuas de los Balnearios del Zeuxipo, el presente artículo desenvuelve una lectura museológica de estas estatuas, buscando encuadrarlas en el plan arquitectónico global de Constantino para su nueva capital del Imperio.

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Rafael Moneo se enfrenta a la arquitectura religiosa en la madurez de su carrera profesional. Toma como punto de partida el tipo, y confía en la manipulación del mismo como herramienta proyectual, y recurre a su memoria del espacio sagrado, sus recuerdos de la mejor arquitectura religiosa. Con el primer proceso dispone el edificio en el lugar y organiza su funcionamiento. En el segundo, trata de dotar de carácter al espacio, muy importante en estos casos para que los fieles se puedan identificar con el edificio. Las arquitecturas del pasado, Bizancio, las catedrales góticas, el Barroco, y referentes más recientes, como Bryggman, Scarpa, y principalmente la capilla de Ronchamp. En la arquitectura religiosa de Rafael Moneo están presentes los temas que han sido importantes a lo largo de su trayectoria. Así la atención a los condicionantes específicos del lugar en el que se asienta la obra, la integración de la historia de la arquitectura con las nuevas disciplinas y los modos de construcción, la reflexión sobre el tipo y la simbiosis que establece entre el tratamiento de la luz y la materialidad del edificio.

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La escalera de caracol es uno de los elementos que mejor define la evolución de la construcción pétrea a lo largo de nuestra historia moderna. El movimiento helicoidal de las piezas de una escalera muestra, con frecuencia, el virtuosismo que alcanzaron los maestros del arte de la cantería y la plasticidad, expresividad y ligereza de sus obras. A pesar de su origen exclusivamente utilitario y de su ubicación secundaria, se convertirán en signo de maestría y en elementos protagonistas del espacio que recorren y de la composición de los edificios, como es el caso de las grande vis de los Châteaux franceses del XVI como Blois, Chateaudun o Chambord o los schlosses alemanes como el de Hartenfels en Torgau. Este protagonismo queda patente en los tratados y manuscritos de cantería, elaborados fundamentalmente en España y Francia, a partir del siglo XVI que recogen un gran número de variantes de escaleras de caracol entre sus folios. Breve historia de la escalera de Caracol Los ejemplos más antiguos conocidos de escaleras de caracol en Occidente provienen de los primeros siglos de nuestra era y están asociados a construcciones de tipo conmemorativo, funerario o civil, romanas. Destaca de entre ellas la columna trajana, construida en el 113 por Apolodoro de Damasco en los Foros de Roma. Esta columna, conservada en la actualidad, fue profusamente representada por los tratados de arquitectura desde el Renacimento como el de Serlio, Caramuel, Piranesi, Rondelet y, más recientemente, Canina. Choisy describe en El arte de construir en Bizancio un grupo de escaleras de caracol cubiertas por bóvedas helicoidales y construidas entre el siglo IV y VIII; a esta misma época pertenecen otras escaleras con bóvedas aparejadas de forma desigual con sillarejos y sillares de pequeño tamaño sin reglas de traba claras, pensadas al igual que las de Choisy para ser revestidas con un mortero. Herederas de estas bóvedas de la antigüedad son las escaleras de caracol de la Edad Media. Así las describe Viollet le Duc: “compuestas por un machón construido en cantería, con caja perimetral circular, bóveda helicoidal construida en piedra sin aparejar, que se apoya en el machón y sobre el paramento circular interior. Estas bóvedas soportan los peldaños en los que las aristas son trazadas siguiendo los radios del círculo”. En esta misma época, siglos XI y XII, se construyen un grupo de escaleras de caracol abovedadas en piedra de cantería vista: las de la torre oeste de Notre Dame des Doms en Avignon, las de la tour de Roi, de Évêque y Bermonde de los Chateaux de Uzés, las gemelas de las torres de la Catedral Saint Théodorit de Uzés y la conocida escalera del transepto de la Abadía de Saint Gilles. Ésta última dará el nombre a uno de los modelos estereotómicos de mayor complejidad del art du trait o arte de la cantería: la vis Saint Gilles, que aparece en la mayoría de los textos dedicados al corte de piedras en España y Francia. La perfección y dificultad de su trazado hizo que, durante siglos, esta escalera de caracol fuera lugar de peregrinación de canteros y se convirtiera en el arquetipo de un modelo representado con profusión en los tratados hasta el siglo XIX. A partir del siglo XIII, será el husillo el tipo de escalera curva que dará respuesta a las intenciones de la arquitectura a la “moderna” o gótica. Estas escaleras con machón central se generalizarán, insertándose en un complejo sistema de circulaciones de servicio, que conectaban por completo, en horizontal y vertical, los edificios. Estos pasadizos horizontales y estas conexiones verticales, hábilmente incorporadas en el espesor de contrafuertes, machones, esquinas, etc, serán una innovación específicamente gótica, como señala Fitchen. La pieza de peldaño, que se fabrica casi “en serie” reflejará fielmente el espíritu racional y funcionalista de la arquitectura gótica. Inicialmente los peldaños serán prismáticos, sin labrar por su cara interior; después, éstos darán paso a escaleras más amables con los helicoides reglados formando su intradós. Insertos en construcciones góticas y en convivencia con husillos, encontramos algunos ejemplos de escaleras abovedadas en el siglo XIII y XIV. Estamos hablando de la escalera de la torre este del Castillo de Maniace en Siracusa, Sicilia y la escalera de la torre norte del transepto de la Catedral de Barcelona. En ambos casos, los caracoles se pueden relacionar con el tipo vis de Saint Gilles, pero incorporan invariantes de la construcción gótica que les hace mantener una relación tipológica y constructiva con los husillos elaborados en la misma época. En la segunda mitad del siglo XV aparecen, vinculadas al ámbito mediterráneo, un conjunto de escaleras en las que el machón central se desplaza transformándose en una moldura perimetral y dejando su lugar a un espacio hueco que permite el paso de la luz. Los tratados manuscritos de cantería que circulan en el XVI y XVII por España recogen el modelo con su denominación: caracol de Mallorca. Varios autores han mantenido la tesis de que el nombre proviene de la escalera situada en la torre noroeste de la Lonja de Palma de Mallorca. Los Manuscritos y tratados de Cantería y las escaleras de caracol Coincidiendo con la apertura intelectual que propicia el Renacimiento se publican algunos tratados de arquitectura que contienen capítulos dedicados al corte de las piedras. El primero de ellos es Le premier tome de l’Architecture de Philibert de L’Orme, publicado en 1567 en Francia. En España tenemos constancia de la existencia de numerosos cuadernos profesionales que circulaban entre los canteros. Varias copias de estos manuscritos han llegado hasta nuestros días. Los más completos son sin duda, las dos copias que se conservan del tratado de arquitectura de Alonso de Vandelvira, una en la Biblioteca Nacional y otra en la Biblioteca de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid y el manuscrito titulado Cerramientos y trazas de Montea de Ginés Martínez de Aranda. Todas estas colecciones de aparejos, con excepción de la atribuida a Pedro de Albiz, presentan trazas de escaleras de caracol. En los siglos XVII y XVIII los textos en España más interesantes para nuestras investigaciones son, como en el XVI, manuscritos que no llegaron a ver la imprenta. Entre ellos destacan De l’art del picapedrer de Joseph Gelabert y el Cuaderno de Arquitectura de Juan de Portor y Castro. Estos dos textos, que contienen varios aparejos de caracoles, están claramente vinculados con la práctica constructiva a diferencia de los textos impresos del XVIII, como los del Padre Tosca o el de Juan García Berruguilla, que dedican algunos capítulos a cortes de Cantería entre los que incluyen trazas de escaleras, pero desde un punto de vista más teórico. Podemos agrupar las trazas recogidas en los manuscritos y tratados en cinco grandes grupos: el caracol de husillo, el caracol de Mallorca, los caracoles abovedados, los caracoles exentos y los caracoles dobles. El husillo, de procedencia gótica, permanece en la mayoría de nuestros textos con diferentes denominaciones: caracol de husillo, caracol de nabo redondo o caracol macho. Se seguirá construyendo con frecuencia durante todo el periodo de la Edad Moderna. Los ejemplares más bellos presentan el intradós labrado formando un helicoide cilíndrico recto como es el caso del husillo del Monasterio de la Vid o el de la Catedral de Salamanca o un helicoide axial recto como en el de la Capilla de la Comunión en la Catedral de Santiago de Compostela. La diferencia estriba en la unión del intradós y el machón central: una amable tangencia en el primer caso o un encuentro marcado por una hélice en el segundo. El segundo tipo de caracol presente en casi todos los autores es el caracol de Mallorca. Vandelvira, Martínez de Aranda, y posteriormente Portor y Castro lo estudian con detenimiento. Gelabert, a mediados del siglo XVII, nos recordará su origen mediterráneo al presentar el que denomina Caracol de ojo abierto. El Caracol de Mallorca también estará presente en colecciones de aparejos como las atribuidas a Alonso de Guardia y Juan de Aguirre, ambas depositadas en la Biblioteca Nacional y en las compilaciones técnicas del siglo XVIII, de fuerte influencia francesa, aunque en este caso ya sin conservar su apelación original. El Caracol que dicen de Mallorca se extiende por todo el territorio peninsular de la mano de los principales maestros de la cantería. Los helicoides labrados con exquisita exactitud, acompañados de armoniosas molduras, servirán de acceso a espacios más representativos como bibliotecas, archivos, salas, etc. Es la escalera de la luz, como nos recuerda su apelación francesa, vis a jour. Precisamente en Francia, coincidiendo con el renacimiento de la arquitectura clásica se realizan una serie de escaleras de caracol abovedadas, en vis de Saint Gilles. Los tratados franceses, comenzando por De L’Orme, y siguiendo por, Jousse, Derand, Milliet Dechales, De la Hire, De la Rue, Frezier, Rondelet, Adhémar o Leroy, entre otros, recogen en sus escritos el modelo y coinciden en reconocer la dificultad de su trazado y el prestigio que adquirían los canteros al elaborar este tipo de escaleras. El modelo llega nuestras tierras en un momento histórico de productivo intercambio cultural y profesional entre Francia y España. Vandelvira, Martínez de Aranda y Portor y Castro analizan en sus tratados la “vía de San Gil”. En la provincia de Cádiz, en la Iglesia Mayor de Medina Sidonia, se construirá el más perfecto de los caracoles abovedados de la España renacentista. También en la provincia de Cádiz y vinculadas, posiblemente, a los mismos maestros encontramos un curioso grupo de escaleras abovedadas con generatriz circular horizontal. A pesar del extenso catálogo de escaleras presentes en la tratadística española, no aparece ninguna que muestre una mínima relación con ellas. Desde el punto de vista de la geometría, estamos ante uno de los tipos de escaleras que describe Choisy en El arte de construir en Bizancio. Se trata de escaleras abovedadas construidas por hojas y lechos horizontales. Los caracoles abovedados tendrán también su versión poligonal: la vis Saint Gilles quarré o el caracol de emperadores cuadrado en su versión vandelviresca. Las soluciones que dibujan los tratados son de planta cuadrada, pero la ejecución será poligonal en los raros ejemplos construidos, que se encuentran exclusivamente en Francia. Su geometría es compleja: el intradós es una superficie reglada alabeada denominada cilindroide; su trazado requiere una habilidad extrema y al ser un tanto innecesaria desde el punto de vista funcional, fue muy poco construida. Otro tipo de escalera habitual es la que Vandelvira y Martínez de Aranda denominan en sus tratados “caracol exento”. Se trata de una escalera volada alrededor de un pilar, sin apoyo en una caja perimetral y que, por lo tanto, debe trabajar en ménsula. Su función fue servir de acceso a espacios de reducidas dimensiones como púlpitos, órganos o coros. Encontramos ejemplos de estos caracoles exentos en el púlpito de la catedral de Viena y en España, en la subida al coro de la Iglesia arciprestal de Morella en Valencia. El largo repertorio de escaleras de caracol prosigue en los tratados y en las múltiples soluciones que encontramos en arquitecturas civiles y religiosas en toda Europa. Hasta varios caracoles en una sola caja: dobles e incluso triples. Dobles como el conocido de Chambord, o el doble husillo del Convento de Santo Domingo en Valencia, rematado por un caracol de Mallorca; triples como la triple escalera del Convento de Santo Domingo de Bonaval en Santiago de Compostela. La tratadística española recogerá dos tipos de caracoles dobles, el ya comentado en una sola caja, en versiones con y sin machón central, definidos por Martínez de Aranda, Juan de Aguirre, Alonso de Guardia y Joseph Gelabert y el caracol doble formado por dos cajas diferentes y coaxiales. Vandelvira lo define como Caracol de Emperadores. Será el único tipo de caracol que recoja Cristobal de Rojas en su Teoría y Práctica de Fortificación. No hay duda que las escaleras de caracol han formado parte de un privilegiado grupo de elementos constructivos en constante evolución e investigación a lo largo de la historia de la arquitectura en piedra. Desde el cantero más humilde hasta los grandes maestros catedralicios las construyeron y, en muchos casos, crearon modelos nuevos en los pergaminos de sus propias colecciones o directamente sobre la piedra. Estos modelos casi experimentales sirvieron para encontrar trabajo o demostrar un grado de profesionalidad a sus autores, que les hiciera, al mismo tiempo, ganarse el respeto de sus compañeros. Gracias a esto, se inició un proceso ese proceso de investigación y evolución que produjo una diversidad en los tipos, sin precedentes en otros elementos similares, y la transferencia de procedimientos dentro del arte de la cantería. Los grandes autores del mundo de la piedra propusieron multitud de tipos y variantes, sin embargo, el modelo de estereotomía tradicionalmente considerado más complejo y más admirado es un caracol de reducidas dimensiones construido en el siglo XII: la Vis de Saint Gilles. Posiblemente ahí es donde reside la grandeza de este arte.