91 resultados para Deliberación


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A mediados del año 2007 el municipio de Maipú en la provincia de Mendoza, decide implementar su Presupuesto Participativo en el marco del Programa de Participación Activa y Responsable (PAR). En consecuencia, este estudio se propone analizar y evaluar críticamente la formulación e implementación de esta política local de control y participación ciudadana en el municipio maipucino, a la luz de una experiencia que lleva cinco años ininterrumpidos de ejecución. El trabajo parte de la “originaria y exitosa" experiencia de Porto Alegre (Brasil) y contrasta el caso con otros similares de Argentina (Ciudad de Buenos Aires y Rosario), a los efectos de observar sus recorridos, fortalezas, debilidades y la capacidad de sustentabilidad alcanzada, en relación con el nivel y calidad de la participación ciudadana. El mecanismo, si bien reitera criterios de trascendental importancia como es la mediación y deliberación de los ciudadanos en las decisiones presupuestarias junto a otras características comunes, también confirma que existen diferencias cualitativas y tipicidades en su implementación y ejecución, pero todas orientadas a la democratización y promoción de un modelo de gestión local, fundado en la participación. Aunque ya es extensa la literatura sobre el tema y a pesar del constante y creciente interés que el Presupuesto Participativo genera, aún se lo encuentra en una fase de consolidación porque persisten los déficits de comunicación, de capacitación y de transformación de las prácticas sociales que el proceso entre políticos, funcionarios y ciudadanos requiere para estabilizar las innovaciones institucionales. Por eso, este estudio aporta y reitera consideraciones y reflexiones a la luz del proceso de democratización política municipal y del mejoramiento de la gestión presupuestaria, entendida como centro estratégico para el desarrollo sostenido del Departamento y que servirán tanto para incrementar los esfuerzos de comparabilidad de estas prácticas como para que la dirigencia reflexione sobre el camino andado por Maipú.

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Este trabajo se enmarca en la temática principal acerca de los conceptos clásicos de racionalidad, emociones y felicidad así como de una revisión actual de ellos. El objetivo central es, pues, analizar las tres nociones. Para ello, la metodología será el análisis conceptual de los textos pertinentes referidos en la bibliografía. La conclusión se centrará en que hay un doble vínculo científico, psicológico-neurológico y económico viable entre las nociones de racionalidad, las emociones y la felicidad.La relación entre la racionalidad, las emociones y la felicidad constituye un problema de larga data. Básicamente, se pueden distinguir tres grupos de cuestiones. En primer lugar, podemos intentar determinar el 'impacto de las emociones en la racionalidad de la toma de decisiones'. (Elster 2002, IV) En segundo lugar, podemos preguntarnos si 'las propias emociones pueden ser valoradas como más o menos racionales, independientemente de su influencia en las elecciones que hacemos o en las creencias que nos formamos'. (Ibid. 2) Y, en tercer lugar, podemos preguntarnos si las emociones pueden ser objeto de una elección racional, es decir, 'si las personas pueden entrar en una deliberación racional acerca de cuáles son las emociones que han de inducirse en sí mismas o en los demás y si realmente lo hacen'. (Ibid. IV, 3, 300) Tradicionalmente, se ha aceptado que las emociones suponen una especie de 'traba' para la elección racional. Sin embargo, esta posición ha sido revisada, proponiéndose, en cambio, que las emociones no sólo no interfieren en la toma racional de decisiones sino que la favorecen. De este modo, se puede decir que las emociones nos ayudan a tomar decisiones funcionando como factores que deshacen el 'empate en los casos de indeterminación' y que, de manera más general, mejoran la calidad de la toma de decisiones al hacer posible que nos centremos en los rasgos mas destacados de la situación (Elster 2002, Apéndice) análogamente al análisis situacional de Popper. Contra la propuesta tradicional y la revisionista, se enuncia la tesis de que las emociones no afectan 'en lo más mínimo' la racionalidad de la elección misma. Si bien las emociones intervienen en las decisiones como costos y beneficios asociados a las diversas opciones no lo hacen en tanto fuerzas psíquicas 'distorsionantes' de los mecanismos de la elección. Se trata, en este contexto, de la capacidad (¿estado de ánimo?) de abordar una tarea llevándola al término propuesto. El resultado final complace -hace feliz- a la persona que la lleva a cabo. A partir de 1987, Ekman estableció las pruebas en relación con que la emoción tiene diferentes patrones en el sistema nervioso autónomo. 'Los actores representaban expresiones faciales mientras eran registrados con una serie de variables autónomas (ritmo cardiaco, conductancia de la piel)" (p. 49) Ekman y colaboradores propusieron patrones de la emoción diferentes para seis emociones biológicamente básicas: 1. Sorpresa. 2. Disgusto. 3. Tristeza. 4. Ira. 5. Miedo. 6. Alegría/Felicidad. Especialmente después del año 2004 las The Big Six de Prinz se convirtieron en la lista de emociones básicas ampliamente aceptadas. Se estableció así un primer vínculo de carácter psicológico y neurocientífico entre las nociones de racionalidad, las emociones y la felicidad. El segundo vínculo que propondremos en este trabajo se refiere al de la economía, más precisamente, la rama de la economía de la felicidad. Este vínculo manifiesta una relación donde las variables económico-sociológicas deben ser incluidas en el nexo entre la racionalidad, las emociones y la felicidad. La llamada 'paradoja de Easterlin' es un concepto clave en la economía de la felicidad: dentro de un país dado, la gente con mayores ingresos tiene una mayor tendencia a afirmar que es más feliz. Sin embargo, cuando se comparan los resultados de varios países, el nivel medio de felicidad que los sujetos dicen poseer no varía prácticamente. (Maceri, S., García P. 2010). A través de Easterlin (2001), se advierte que aunque el resultado de sus estudios es paradojal, los contextos sociales deben ser contemplados en este segundo tipo de nexo. En síntesis, hay un doble vínculo viable entre las nociones de racionalidad, las emociones y la felicidad: el de la psicología y neurociencia, por una parte, y el de la ciencia económica, por otra, ambos interconectados con sus consabidas dificultades

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¿Bajo qué condiciones los ciudadanos desconfían de las instituciones políticas? Las respuestas a esta pregunta son variadas y pueden ubicarse en dos grandes corrientes: la culturalista que destaca la importancia de los valores culturales y b) la racional culturalista, según la cual la desconfianza es resultado de los deficientes desempeños de los gobiernos democráticos. La presente investigación analiza tres diferentes dimensiones de la performance, vinculadas todas ellas al concepto de representación y relacionadas con etapas, actividades y actores específicos: 1. la calidad institucional (relativa a las reglas de juego y su funcionamiento); 2. la calidad de la política (relativa a los a la calidad de los procesos de deliberación, negociación y sanción de leyes, así como a la productividad legislativa); 3. la calidad de los resultados (vinculada al impacto de las políticas públicas sobre el bienestar social). Si bien se presentan algunos datos estadísticos, la evidencia empírica es muy preliminar

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La noción aristotélica de elección (proaíresis) desde hace algunos años viene siendo objeto del interés de los estudiosos. En 1963 Pierre Aubenque sostuvo la tesis de que, en realidad, en Etica Nicomaquea habría dos proairéseis distintas: la primera, más platónica, sería aquélla que interviene en la definición de virtud como héxis proairetiké, y tendría que ver con la condición intencional de estas disposiciones; la segunda, genuinamente aristotélica, aparecería exclusivamente en Etica Nicomaquea Ô y tendría que ver con una elección de los medios que sigue a la deliberación. El propósito del presente trabajo es someter esta interpretación a un examen crítico, y, en relación a la consigna propuesta por este Coloquio, reflexionar si es legítimo sospechar en la proaíresis aristotélica algún tipo de influencia del espíritu agonal propio del êthos griego

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En las últimas décadas la reflexión filosófica sobre el conocimiento y la ciencia ha dejado un lugar cada vez mayor al análisis de las prácticas cognitivas y no sólo a su producto final, sin por ello minimizar la rigurosidad del estudio metodológico de las teorías. De acuerdo con Pérez Ransánz y Velasco Gómez (2012: 14-22) dicha redirección en las discusiones está en clara sintonía con el planteo de los pragmatistas clásicos, en especial con la filosofía de John Dewey y sus análisis sobre el conocimiento y la teoría de la investigación. Sin lugar a dudas, las observaciones de Pérez Ransánz y Velasco Gómez marcan en buena medida el espíritu de este trabajo, cuyo tema central es la relación entre conocimiento y valoración, prestando especial atención al caso de la ciencia, y todo ello desde el marco teórico del ya mencionado Dewey. La tesina se concentra en dos temas principales, estrechamente vinculados a la teoría del conocimiento deweyana. El primero es el concepto de experiencia, caro a toda la tradición pragmatista; el segundo es la concepción deweyana de investigación, presentada fundamentalmente como determinación progresiva de situaciones inicialmente indeterminadas y problemáticas para ese sujeto y su transacción con el medio. Presentados los puntos anteriores, se hará hincapié en un punto clave: la caracterización del investigador como práctico y la ineludible presencia de la deliberación y la valoración en su actividad. El objetivo será pues el de reconstruir los argumentos que sostienen una tesis fundamental de Dewey: que a todo juicio de hecho le corresponde un juicio de valor o que en todo ítem de conocimiento se contiene una pauta de acción respecto de la situación que provoca el juicio, tesis que en gran medida evidencia el espíritu pragmatista de Dewey. Luego de analizar el marco teórico deweyano se retomarán las mencionadas consideraciones respecto de la apertura del análisis filosófico con relación al conocimiento y la ciencia, enfatizando nuestro interés por la práctica científica. Así, abordaremos el concepto de racionalidad axiológica presentado por Javier Echeverría en Filosofía de la ciencia (1995) y Ciencia y valores (2002). En estos textos Echeverría expone los fundamentos filosóficos de una nueva concepción de la racionalidad, distinguida por la consideración de sus aspectos axiológicos / valorativos. El objetivo central de la tesina es ensayar una interpretación por la cual la estructura teórica de Dewey, apoyada en su concepción de la experiencia como transacción y de la investigación con su intrínseca dimensión práctica es un marco promisorio y fructífero para repensar el modelo de racionalidad, un modelo que incluya aspectos valorativos y que permita la pregunta por la consideración de los valores en ciencia. Esta perspectiva, de aceptarse, reivindica el lugar del pragmatismo de Dewey en el debate contemporáneo, en tanto y en cuanto su filosofía permite fundamentar la relación entre investigación, conocimiento y valoración mediante un tratamiento conceptualmente riguroso e innovador que se retrotrae hasta el núcleo mismo de su teoría de la experiencia

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Mi investigación se orienta a mostrar de qué manera la noción de mímesis trágica de Aristóteles podría enmarcarse en una lectura que despliegue su dimensión ética y política, atendiendo a su estrecha relación con la práxis y el lógos, más allá de los 'silencios' de la Poética al respecto. En tal sentido, afirmo que esta obra, dedicada a la mímesis trágica, no sólo es un tratado sobre la poética, en términos técnicos, sino también una 'puerta abierta' hacia una problemática ético-política más amplia, derivada de la propia situación histórica en la que se ubica el estagirita y signada por una crisis particular del hombre y lo político. Mi interpretación es que el énfasis aristotélico por la generación de 'buenas tragedias', y el tono normativo que, en general, tienen sus consideraciones sobre la poética, podrían ser leídos como la búsqueda de una vía de resolución de dicha crisis. Así, la mímesis trágica posibilitaría, por un lado, la conformación de una comunidad política gracias al espectáculo, a la manera de 'poner ante los ojos' complejas cuestiones morales y políticas y, por otro, la ejercitación de la prudencia y la deliberación como principales herramientas prácticas para la vida en la pólis. De esta manera, podría verse en la mímesis trágica un aporte que, desde el ámbito del arte, permitiría reflexionar en torno a la fragilidad de la acción, en sus dimensiones tanto éticas como políticas. En el contexto contemporáneo, signado por una crisis del hombre y de la experiencia del mundo, la mímesis vuelve a aparecer en las más variadas discusiones. Autores como Walter Benjamin, Paul Ricoeur, Hannah Arendt, Philippe Lacoue-Labarthe, entre otros, recurren a la noción de mímesis, desde distintas perspectivas teóricas, para revisar los problemas que plantean la acción humana y su representación. En las conclusiones, me refiero en particular a la reapropiación de Arendt y Ricoeur, por considerar que en sus lecturas explotan los ?silencios? de Aristóteles y, al hacerlo, dan un nuevo sentido ético y político a la mímesis

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En las últimas décadas la reflexión filosófica sobre el conocimiento y la ciencia ha dejado un lugar cada vez mayor al análisis de las prácticas cognitivas y no sólo a su producto final, sin por ello minimizar la rigurosidad del estudio metodológico de las teorías. De acuerdo con Pérez Ransánz y Velasco Gómez (2012: 14-22) dicha redirección en las discusiones está en clara sintonía con el planteo de los pragmatistas clásicos, en especial con la filosofía de John Dewey y sus análisis sobre el conocimiento y la teoría de la investigación. Sin lugar a dudas, las observaciones de Pérez Ransánz y Velasco Gómez marcan en buena medida el espíritu de este trabajo, cuyo tema central es la relación entre conocimiento y valoración, prestando especial atención al caso de la ciencia, y todo ello desde el marco teórico del ya mencionado Dewey. La tesina se concentra en dos temas principales, estrechamente vinculados a la teoría del conocimiento deweyana. El primero es el concepto de experiencia, caro a toda la tradición pragmatista; el segundo es la concepción deweyana de investigación, presentada fundamentalmente como determinación progresiva de situaciones inicialmente indeterminadas y problemáticas para ese sujeto y su transacción con el medio. Presentados los puntos anteriores, se hará hincapié en un punto clave: la caracterización del investigador como práctico y la ineludible presencia de la deliberación y la valoración en su actividad. El objetivo será pues el de reconstruir los argumentos que sostienen una tesis fundamental de Dewey: que a todo juicio de hecho le corresponde un juicio de valor o que en todo ítem de conocimiento se contiene una pauta de acción respecto de la situación que provoca el juicio, tesis que en gran medida evidencia el espíritu pragmatista de Dewey. Luego de analizar el marco teórico deweyano se retomarán las mencionadas consideraciones respecto de la apertura del análisis filosófico con relación al conocimiento y la ciencia, enfatizando nuestro interés por la práctica científica. Así, abordaremos el concepto de racionalidad axiológica presentado por Javier Echeverría en Filosofía de la ciencia (1995) y Ciencia y valores (2002). En estos textos Echeverría expone los fundamentos filosóficos de una nueva concepción de la racionalidad, distinguida por la consideración de sus aspectos axiológicos / valorativos. El objetivo central de la tesina es ensayar una interpretación por la cual la estructura teórica de Dewey, apoyada en su concepción de la experiencia como transacción y de la investigación con su intrínseca dimensión práctica es un marco promisorio y fructífero para repensar el modelo de racionalidad, un modelo que incluya aspectos valorativos y que permita la pregunta por la consideración de los valores en ciencia. Esta perspectiva, de aceptarse, reivindica el lugar del pragmatismo de Dewey en el debate contemporáneo, en tanto y en cuanto su filosofía permite fundamentar la relación entre investigación, conocimiento y valoración mediante un tratamiento conceptualmente riguroso e innovador que se retrotrae hasta el núcleo mismo de su teoría de la experiencia

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Mi investigación se orienta a mostrar de qué manera la noción de mímesis trágica de Aristóteles podría enmarcarse en una lectura que despliegue su dimensión ética y política, atendiendo a su estrecha relación con la práxis y el lógos, más allá de los 'silencios' de la Poética al respecto. En tal sentido, afirmo que esta obra, dedicada a la mímesis trágica, no sólo es un tratado sobre la poética, en términos técnicos, sino también una 'puerta abierta' hacia una problemática ético-política más amplia, derivada de la propia situación histórica en la que se ubica el estagirita y signada por una crisis particular del hombre y lo político. Mi interpretación es que el énfasis aristotélico por la generación de 'buenas tragedias', y el tono normativo que, en general, tienen sus consideraciones sobre la poética, podrían ser leídos como la búsqueda de una vía de resolución de dicha crisis. Así, la mímesis trágica posibilitaría, por un lado, la conformación de una comunidad política gracias al espectáculo, a la manera de 'poner ante los ojos' complejas cuestiones morales y políticas y, por otro, la ejercitación de la prudencia y la deliberación como principales herramientas prácticas para la vida en la pólis. De esta manera, podría verse en la mímesis trágica un aporte que, desde el ámbito del arte, permitiría reflexionar en torno a la fragilidad de la acción, en sus dimensiones tanto éticas como políticas. En el contexto contemporáneo, signado por una crisis del hombre y de la experiencia del mundo, la mímesis vuelve a aparecer en las más variadas discusiones. Autores como Walter Benjamin, Paul Ricoeur, Hannah Arendt, Philippe Lacoue-Labarthe, entre otros, recurren a la noción de mímesis, desde distintas perspectivas teóricas, para revisar los problemas que plantean la acción humana y su representación. En las conclusiones, me refiero en particular a la reapropiación de Arendt y Ricoeur, por considerar que en sus lecturas explotan los ?silencios? de Aristóteles y, al hacerlo, dan un nuevo sentido ético y político a la mímesis

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Este trabajo se enmarca en la temática principal acerca de los conceptos clásicos de racionalidad, emociones y felicidad así como de una revisión actual de ellos. El objetivo central es, pues, analizar las tres nociones. Para ello, la metodología será el análisis conceptual de los textos pertinentes referidos en la bibliografía. La conclusión se centrará en que hay un doble vínculo científico, psicológico-neurológico y económico viable entre las nociones de racionalidad, las emociones y la felicidad.La relación entre la racionalidad, las emociones y la felicidad constituye un problema de larga data. Básicamente, se pueden distinguir tres grupos de cuestiones. En primer lugar, podemos intentar determinar el 'impacto de las emociones en la racionalidad de la toma de decisiones'. (Elster 2002, IV) En segundo lugar, podemos preguntarnos si 'las propias emociones pueden ser valoradas como más o menos racionales, independientemente de su influencia en las elecciones que hacemos o en las creencias que nos formamos'. (Ibid. 2) Y, en tercer lugar, podemos preguntarnos si las emociones pueden ser objeto de una elección racional, es decir, 'si las personas pueden entrar en una deliberación racional acerca de cuáles son las emociones que han de inducirse en sí mismas o en los demás y si realmente lo hacen'. (Ibid. IV, 3, 300) Tradicionalmente, se ha aceptado que las emociones suponen una especie de 'traba' para la elección racional. Sin embargo, esta posición ha sido revisada, proponiéndose, en cambio, que las emociones no sólo no interfieren en la toma racional de decisiones sino que la favorecen. De este modo, se puede decir que las emociones nos ayudan a tomar decisiones funcionando como factores que deshacen el 'empate en los casos de indeterminación' y que, de manera más general, mejoran la calidad de la toma de decisiones al hacer posible que nos centremos en los rasgos mas destacados de la situación (Elster 2002, Apéndice) análogamente al análisis situacional de Popper. Contra la propuesta tradicional y la revisionista, se enuncia la tesis de que las emociones no afectan 'en lo más mínimo' la racionalidad de la elección misma. Si bien las emociones intervienen en las decisiones como costos y beneficios asociados a las diversas opciones no lo hacen en tanto fuerzas psíquicas 'distorsionantes' de los mecanismos de la elección. Se trata, en este contexto, de la capacidad (¿estado de ánimo?) de abordar una tarea llevándola al término propuesto. El resultado final complace -hace feliz- a la persona que la lleva a cabo. A partir de 1987, Ekman estableció las pruebas en relación con que la emoción tiene diferentes patrones en el sistema nervioso autónomo. 'Los actores representaban expresiones faciales mientras eran registrados con una serie de variables autónomas (ritmo cardiaco, conductancia de la piel)" (p. 49) Ekman y colaboradores propusieron patrones de la emoción diferentes para seis emociones biológicamente básicas: 1. Sorpresa. 2. Disgusto. 3. Tristeza. 4. Ira. 5. Miedo. 6. Alegría/Felicidad. Especialmente después del año 2004 las The Big Six de Prinz se convirtieron en la lista de emociones básicas ampliamente aceptadas. Se estableció así un primer vínculo de carácter psicológico y neurocientífico entre las nociones de racionalidad, las emociones y la felicidad. El segundo vínculo que propondremos en este trabajo se refiere al de la economía, más precisamente, la rama de la economía de la felicidad. Este vínculo manifiesta una relación donde las variables económico-sociológicas deben ser incluidas en el nexo entre la racionalidad, las emociones y la felicidad. La llamada 'paradoja de Easterlin' es un concepto clave en la economía de la felicidad: dentro de un país dado, la gente con mayores ingresos tiene una mayor tendencia a afirmar que es más feliz. Sin embargo, cuando se comparan los resultados de varios países, el nivel medio de felicidad que los sujetos dicen poseer no varía prácticamente. (Maceri, S., García P. 2010). A través de Easterlin (2001), se advierte que aunque el resultado de sus estudios es paradojal, los contextos sociales deben ser contemplados en este segundo tipo de nexo. En síntesis, hay un doble vínculo viable entre las nociones de racionalidad, las emociones y la felicidad: el de la psicología y neurociencia, por una parte, y el de la ciencia económica, por otra, ambos interconectados con sus consabidas dificultades

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¿Bajo qué condiciones los ciudadanos desconfían de las instituciones políticas? Las respuestas a esta pregunta son variadas y pueden ubicarse en dos grandes corrientes: la culturalista que destaca la importancia de los valores culturales y b) la racional culturalista, según la cual la desconfianza es resultado de los deficientes desempeños de los gobiernos democráticos. La presente investigación analiza tres diferentes dimensiones de la performance, vinculadas todas ellas al concepto de representación y relacionadas con etapas, actividades y actores específicos: 1. la calidad institucional (relativa a las reglas de juego y su funcionamiento); 2. la calidad de la política (relativa a los a la calidad de los procesos de deliberación, negociación y sanción de leyes, así como a la productividad legislativa); 3. la calidad de los resultados (vinculada al impacto de las políticas públicas sobre el bienestar social). Si bien se presentan algunos datos estadísticos, la evidencia empírica es muy preliminar

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La noción aristotélica de elección (proaíresis) desde hace algunos años viene siendo objeto del interés de los estudiosos. En 1963 Pierre Aubenque sostuvo la tesis de que, en realidad, en Etica Nicomaquea habría dos proairéseis distintas: la primera, más platónica, sería aquélla que interviene en la definición de virtud como héxis proairetiké, y tendría que ver con la condición intencional de estas disposiciones; la segunda, genuinamente aristotélica, aparecería exclusivamente en Etica Nicomaquea Ô y tendría que ver con una elección de los medios que sigue a la deliberación. El propósito del presente trabajo es someter esta interpretación a un examen crítico, y, en relación a la consigna propuesta por este Coloquio, reflexionar si es legítimo sospechar en la proaíresis aristotélica algún tipo de influencia del espíritu agonal propio del êthos griego

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Este trabajo se enmarca en la temática principal acerca de los conceptos clásicos de racionalidad, emociones y felicidad así como de una revisión actual de ellos. El objetivo central es, pues, analizar las tres nociones. Para ello, la metodología será el análisis conceptual de los textos pertinentes referidos en la bibliografía. La conclusión se centrará en que hay un doble vínculo científico, psicológico-neurológico y económico viable entre las nociones de racionalidad, las emociones y la felicidad.La relación entre la racionalidad, las emociones y la felicidad constituye un problema de larga data. Básicamente, se pueden distinguir tres grupos de cuestiones. En primer lugar, podemos intentar determinar el 'impacto de las emociones en la racionalidad de la toma de decisiones'. (Elster 2002, IV) En segundo lugar, podemos preguntarnos si 'las propias emociones pueden ser valoradas como más o menos racionales, independientemente de su influencia en las elecciones que hacemos o en las creencias que nos formamos'. (Ibid. 2) Y, en tercer lugar, podemos preguntarnos si las emociones pueden ser objeto de una elección racional, es decir, 'si las personas pueden entrar en una deliberación racional acerca de cuáles son las emociones que han de inducirse en sí mismas o en los demás y si realmente lo hacen'. (Ibid. IV, 3, 300) Tradicionalmente, se ha aceptado que las emociones suponen una especie de 'traba' para la elección racional. Sin embargo, esta posición ha sido revisada, proponiéndose, en cambio, que las emociones no sólo no interfieren en la toma racional de decisiones sino que la favorecen. De este modo, se puede decir que las emociones nos ayudan a tomar decisiones funcionando como factores que deshacen el 'empate en los casos de indeterminación' y que, de manera más general, mejoran la calidad de la toma de decisiones al hacer posible que nos centremos en los rasgos mas destacados de la situación (Elster 2002, Apéndice) análogamente al análisis situacional de Popper. Contra la propuesta tradicional y la revisionista, se enuncia la tesis de que las emociones no afectan 'en lo más mínimo' la racionalidad de la elección misma. Si bien las emociones intervienen en las decisiones como costos y beneficios asociados a las diversas opciones no lo hacen en tanto fuerzas psíquicas 'distorsionantes' de los mecanismos de la elección. Se trata, en este contexto, de la capacidad (¿estado de ánimo?) de abordar una tarea llevándola al término propuesto. El resultado final complace -hace feliz- a la persona que la lleva a cabo. A partir de 1987, Ekman estableció las pruebas en relación con que la emoción tiene diferentes patrones en el sistema nervioso autónomo. 'Los actores representaban expresiones faciales mientras eran registrados con una serie de variables autónomas (ritmo cardiaco, conductancia de la piel)" (p. 49) Ekman y colaboradores propusieron patrones de la emoción diferentes para seis emociones biológicamente básicas: 1. Sorpresa. 2. Disgusto. 3. Tristeza. 4. Ira. 5. Miedo. 6. Alegría/Felicidad. Especialmente después del año 2004 las The Big Six de Prinz se convirtieron en la lista de emociones básicas ampliamente aceptadas. Se estableció así un primer vínculo de carácter psicológico y neurocientífico entre las nociones de racionalidad, las emociones y la felicidad. El segundo vínculo que propondremos en este trabajo se refiere al de la economía, más precisamente, la rama de la economía de la felicidad. Este vínculo manifiesta una relación donde las variables económico-sociológicas deben ser incluidas en el nexo entre la racionalidad, las emociones y la felicidad. La llamada 'paradoja de Easterlin' es un concepto clave en la economía de la felicidad: dentro de un país dado, la gente con mayores ingresos tiene una mayor tendencia a afirmar que es más feliz. Sin embargo, cuando se comparan los resultados de varios países, el nivel medio de felicidad que los sujetos dicen poseer no varía prácticamente. (Maceri, S., García P. 2010). A través de Easterlin (2001), se advierte que aunque el resultado de sus estudios es paradojal, los contextos sociales deben ser contemplados en este segundo tipo de nexo. En síntesis, hay un doble vínculo viable entre las nociones de racionalidad, las emociones y la felicidad: el de la psicología y neurociencia, por una parte, y el de la ciencia económica, por otra, ambos interconectados con sus consabidas dificultades

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Mi investigación se orienta a mostrar de qué manera la noción de mímesis trágica de Aristóteles podría enmarcarse en una lectura que despliegue su dimensión ética y política, atendiendo a su estrecha relación con la práxis y el lógos, más allá de los 'silencios' de la Poética al respecto. En tal sentido, afirmo que esta obra, dedicada a la mímesis trágica, no sólo es un tratado sobre la poética, en términos técnicos, sino también una 'puerta abierta' hacia una problemática ético-política más amplia, derivada de la propia situación histórica en la que se ubica el estagirita y signada por una crisis particular del hombre y lo político. Mi interpretación es que el énfasis aristotélico por la generación de 'buenas tragedias', y el tono normativo que, en general, tienen sus consideraciones sobre la poética, podrían ser leídos como la búsqueda de una vía de resolución de dicha crisis. Así, la mímesis trágica posibilitaría, por un lado, la conformación de una comunidad política gracias al espectáculo, a la manera de 'poner ante los ojos' complejas cuestiones morales y políticas y, por otro, la ejercitación de la prudencia y la deliberación como principales herramientas prácticas para la vida en la pólis. De esta manera, podría verse en la mímesis trágica un aporte que, desde el ámbito del arte, permitiría reflexionar en torno a la fragilidad de la acción, en sus dimensiones tanto éticas como políticas. En el contexto contemporáneo, signado por una crisis del hombre y de la experiencia del mundo, la mímesis vuelve a aparecer en las más variadas discusiones. Autores como Walter Benjamin, Paul Ricoeur, Hannah Arendt, Philippe Lacoue-Labarthe, entre otros, recurren a la noción de mímesis, desde distintas perspectivas teóricas, para revisar los problemas que plantean la acción humana y su representación. En las conclusiones, me refiero en particular a la reapropiación de Arendt y Ricoeur, por considerar que en sus lecturas explotan los ?silencios? de Aristóteles y, al hacerlo, dan un nuevo sentido ético y político a la mímesis

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En las últimas décadas la reflexión filosófica sobre el conocimiento y la ciencia ha dejado un lugar cada vez mayor al análisis de las prácticas cognitivas y no sólo a su producto final, sin por ello minimizar la rigurosidad del estudio metodológico de las teorías. De acuerdo con Pérez Ransánz y Velasco Gómez (2012: 14-22) dicha redirección en las discusiones está en clara sintonía con el planteo de los pragmatistas clásicos, en especial con la filosofía de John Dewey y sus análisis sobre el conocimiento y la teoría de la investigación. Sin lugar a dudas, las observaciones de Pérez Ransánz y Velasco Gómez marcan en buena medida el espíritu de este trabajo, cuyo tema central es la relación entre conocimiento y valoración, prestando especial atención al caso de la ciencia, y todo ello desde el marco teórico del ya mencionado Dewey. La tesina se concentra en dos temas principales, estrechamente vinculados a la teoría del conocimiento deweyana. El primero es el concepto de experiencia, caro a toda la tradición pragmatista; el segundo es la concepción deweyana de investigación, presentada fundamentalmente como determinación progresiva de situaciones inicialmente indeterminadas y problemáticas para ese sujeto y su transacción con el medio. Presentados los puntos anteriores, se hará hincapié en un punto clave: la caracterización del investigador como práctico y la ineludible presencia de la deliberación y la valoración en su actividad. El objetivo será pues el de reconstruir los argumentos que sostienen una tesis fundamental de Dewey: que a todo juicio de hecho le corresponde un juicio de valor o que en todo ítem de conocimiento se contiene una pauta de acción respecto de la situación que provoca el juicio, tesis que en gran medida evidencia el espíritu pragmatista de Dewey. Luego de analizar el marco teórico deweyano se retomarán las mencionadas consideraciones respecto de la apertura del análisis filosófico con relación al conocimiento y la ciencia, enfatizando nuestro interés por la práctica científica. Así, abordaremos el concepto de racionalidad axiológica presentado por Javier Echeverría en Filosofía de la ciencia (1995) y Ciencia y valores (2002). En estos textos Echeverría expone los fundamentos filosóficos de una nueva concepción de la racionalidad, distinguida por la consideración de sus aspectos axiológicos / valorativos. El objetivo central de la tesina es ensayar una interpretación por la cual la estructura teórica de Dewey, apoyada en su concepción de la experiencia como transacción y de la investigación con su intrínseca dimensión práctica es un marco promisorio y fructífero para repensar el modelo de racionalidad, un modelo que incluya aspectos valorativos y que permita la pregunta por la consideración de los valores en ciencia. Esta perspectiva, de aceptarse, reivindica el lugar del pragmatismo de Dewey en el debate contemporáneo, en tanto y en cuanto su filosofía permite fundamentar la relación entre investigación, conocimiento y valoración mediante un tratamiento conceptualmente riguroso e innovador que se retrotrae hasta el núcleo mismo de su teoría de la experiencia