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Existe cierta tensión irresuelta entre dos lógicas que articularon la enseñanza de la historia desde el origen de los estados liberales hasta mediados del siglo XX: la racionalidad crítica de la Ilustración y la emotividad identitaria del Romanticismo. Aunque la historia fue una asignatura escolar vinculada en sus orígenes a la formación de la identidad nacional, desde aproximadamente mediados del siglo pasado los objetivos ilustrados -enseñar a pensar críticamente sobre pasado y presente- fueron consagrados oficialmente como centrales, solapando la existencia de los objetivos románticos. Sin embargo, los objetivos romántico-identitarios no desaparecieron y la historia escolar continúa fuertemente arraigada como baluarte en la construcción cultural de la identidad y la transmisión de la memoria social. En este trabajo presentamos algunos avances en torno a una investigación en curso acerca de la construcción identidad nacional y su vínculo con el proceso de enseñanza-aprendizaje de la historia (PICT 1217). A partir de narrativas construidas por jóvenes de entre 18 y 20 años que se encuentran en el ingreso a la Universidad de Buenos Aires (CBC), acerca de la llamada "Campaña del Desierto", hemos indagado qué idea de nación tienen los mismos y cómo se identifican con ella. Pudimos vislumbrar que las narrativas serían de carácter más esencialista y ontológico, que historiográfico y conceptualmente político. Así mismo, la concepción de nación en los jóvenes, se sustentaría en mayor medida sobre elementos identitarios (identificación con la nación propia), que sobre elementos puramente conceptuales
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La formaci?n en valores por medio del deporte, es una realidad acad?mica y social, que, si bien se considera apropiada para su implementaci?n, durante la pr?ctica deportiva, puede dejarse un poco de lado, al momento en que el cumplimiento de los objetivos competitivos, toman un valor mucho m?s preponderante, con esto, es necesario entender que el deporte y su repercusi?n sociocultural, son una base muy importante para estimar los grandes logros que, desde los docentes, entrenadores, estudiantes, jugadores, padres de familia, y la sociedad en general, pueden adquirir y cambiar de manera positiva, aquellos factores que, nos distinguen como personas. Con esto, el deporte como elemento educativo adquiere relevancia. Cuando el enfoque sea formarse como persona, antes que como deportista, direccionado en su m?s alto porcentaje en la obtenci?n de logros, desestimando el hecho de que, una persona formada en valores, llevara consigo el m?s alto baluarte en la consecuci?n de logros, para llegar al momento de adquirir, desde una pr?ctica direccionada en desarrollar y conseguir, aquellos verdaderos rasgos de la personalidad que definen nuestro car?cter, el tomar decisiones que repercutir?n de una u otra forma, todo nuestro ser, de esta forma, el resultado de una formaci?n en valores, se har? real es su aplicaci?n social.
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En la década de los 50 se produce un hecho insólito en el sector editorial español: el palmarés de los principales premios literarios se llena de nombres de mujer, que empuñan su pluma animadas por el éxito fortuito e inesperado de una joven desconocida llamada Carmen Laforet. En la España de posguerra, los premios se convierten en la vía –casi exclusiva- de acceso al mundo literario, para numerosos escritores que, de otro modo, hubieran tenido mucho más difícil la entrada al mercado editorial. En cuanto a las escritoras, la plataforma de lanzamiento que suponen los premios para ellas es incuestionable; la mayoría de las novelistas españolas más destacadas de la segunda mitad del siglo XX han iniciado su andadura literaria de la mano de algún galardón, tal es el caso de: Carmen Laforet, Ana María Matute, Carmen Kurtz, Carmen Martín Gaite, Mercedes Salisachs, Soledad Puértolas o Almudena Grandes, por citar solo algunos ejemplos. Los premios literarios, en ese papel de promotores de la cultura y de la literatura que tienen durante las dos primeras décadas del franquismo, se configuran como la habitación propia del siglo XX necesaria para que pudiera operarse la profesionalización de la mujer escritora, y adquieren una importancia extraordinaria, sobre todo, durante los años 50, y rescatan parte del modesto espacio conquistado por las mujeres durante el primer tercio del siglo XX (Concha Méndez, Carmen Conde, Carmen de Burgos, Josefina de la Torre, María Zambrano, Rosa Chacel, etcétera). Al primer Premio Nadal (1944) se presentaron veintiséis novelas, de las cuales resultó ganadora Nada de Carmen Laforet, que obtuvo un rotundo éxito de crítica y de público. Este hecho, a priori irrelevante, marca un hito fundamental dentro de la narrativa española de posguerra, en general, y de la literatura escrita por mujeres, en particular. La rápida e inesperada fama que adquiere, la por aquel entonces absolutamente desconocida, Carmen Laforet a raíz de obtener el Nadal animó a muchas mujeres a presentarse a los numerosos premios que van surgiendo por estos años. El triunfo de Laforet se configura, por tanto, como baluarte de autoestima y confianza para las mujeres que deseaban ser escritoras y el Premio Nadal, en particular, era el título que lo así lo acreditaba. Sin embargo, la entrada de la mujer en el campo literario no era posible sin las pertinentes luchas internas que alteran el orden establecido, términos en los que se expresan los propios medios de comunicación para referirse a tal fenómeno. Los críticos y periodistas se hacen eco de este rápido e inusual ascenso de la mujer en el parnaso literario, a través de artículos, a veces no exentos de cierta ironía, sarcasmo y burla, quizás la mejor prueba de la repercusión que alcanza. Sin embargo, a pesar de la proliferación de escritoras que aparecen por estos años y a la aparente profesionalización de la mujer en el ámbito de las letras, la imagen que se difunde y publicita —incluso por parte de las propias autoras— desde los medios de comunicación es la de escritora-ángel del hogar, lo cual no debe extrañarnos si recordamos el carácter y los principios de la educación nacional-católica para con la mujer, según la cual su primera y principal función consistía en ser buena hija, esposa y madre. Como veremos, la mujer escritora asciende velozmente por la escalera de los premios al mundo editorial durante la década del 50 que constituye el primer escalón conquistado por las escritoras que, gracias al pedestal que les ofrecen los premios literarios, a la publicidad y a la repercusión mediática que conllevan, son vistas, leídas y vendidas. A partir de ese momento se vuelven visibles a los lectores y a la industria editorial, adquiriendo, de este modo, existencia en el campo cultural y literario.