699 resultados para Insectos como transmisores de la enfermedad


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La leishmaniosis canina (Lcan) es una zoonosis en toda la Cuenca Mediterránea y está producida por un protozoo intracelular, Leishmania infantum, transmitido por especies del género Phlebotomus. La enfermedad se caracteriza por una presentación clínica heterogénea en la cual la lesión renal es, con frecuencia, la causa principal de mortalidad. La nefropatía asociada a Lcan se atribuye fundamentalmente al depósito intraglomerular de inmunocomplejos circulantes. La combinación de antimoniato de n-meglumina (antimoniales) con alopurinol se considera el tratamiento de primera línea en esta enfermedad, aunque algunos estudios han demostrado que la combinación de miltefosina y alopurinol tiene una eficacia similar. A pesar de ser considerado el tratamiento más eficaz, el uso de antimoniato se asocia a efectos adversos sobre la funcionalidad renal lo cual puede ocasionar complicaciones importantes en el manejo de estos pacientes. A ello se suma la escasa sensibilidad de las pruebas diagnósticas disponibles hasta ahora en la clínica veterinaria para poder establecer un diagnóstico precoz de lesión renal. Es decir, el propio tratamiento podría agravar una posible alteración en la funcionalidad renal en pacientes que ya la tuvieran alterada debido a la leishmaniosis. Los perros infectados y tratados, en la mayoría de los casos, no alcanzan la curación parasitológica y sufren recidivas después del tratamiento. Las técnicas habituales para valorar la respuesta al tratamiento son la evolución de la tasa de anticuerpos y la electroforesis de proteínas plasmáticas. La normalización de las proteínas plasmáticas ocurre en paralelo con la mejoría clínica, pudiéndose emplear como marcadores de respuesta al tratamiento; sin embargo, la serología parece menos útil, a corto plazo, porque el descenso del título de anticuerpos es más lento. Se ha postulado que otros parámetros laboratoriales, como las proteínas de fase aguda, pueden ser una buena opción como marcadores precoces de la enfermedad y también para la monitorización del tratamiento...

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La enfermedad de Parkinson (EP) es una enfermedad progresiva, crónica e incapacitante cuyos síntomas principales son el temblor de reposo, la rigidez y la bradicinesia, apareciendo en el transcurso del tiempo la inestabilidad postural. Las alteraciones cognitivas y del estado de ánimo son otra de las características de esta enfermedad, pudiendo constituir una de sus complicaciones más incapacitantes. Ni el deterioro cognitivo leve (DCL) ni la demencia (D-EP) son fáciles de definir ni de evaluar. Algunos autores describen el DCL como una fase premórbida de la demencia (Pigott et al, 2015) aunque no todos los pacientes evolucionan a D-EP. La prevalencia de la D-EP es de 20-40% (Aarsland, Anderson et al, 2001), siendo algunos de los factores de riesgo la edad avanzada al diagnóstico, los síntomas motores más graves, sobre todo los relacionados con el trastorno de la marcha y la inestabilidad postural, el deterioro cognitivo leve, la depresión, el déficit temprano en fluidez verbal, la aparición de alucinaciones o la escasa respuesta al tratamiento con levodopa (Emre, 2003). El perfil de demencia en la EP es de tipo frontosubcortical, con déficits en las funciones atencionales y ejecutivas, mnésicas, visoespaciales, la fluidez verbal y las praxias...