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em Memoria Académica - FaHCE, UNLP - Argentina
Resumo:
El prólogo de la tragedia despliega dos espacios distintivos: las silvae de Hipólito y el opresivo y lujurioso espacio interior del palacio de Fedra. Cada personaje es definido por las características de los espacios que sus discursos configuran: los castos y salvajes bosques de Hipólito revelarán, bajo su manto de agreste tranquilidad, una violenta y estéril dicción que sugiere una inadecuación del personaje al paradigma de sapiens que parte de la crítica ha visto en él, mientras que el espacio interior de Fedra estará lleno de llamas y vapor, símbolos de su pasión. Ambos mundos conviven a modo de compartimentos estancos: frío y llamas, castidad y libido, nieve y vapor conviven pacíficamente, y en esta convivencia no hay ni catástrofe ni tragedia. Éstas se desarrollan y toman fuerza a medida que Fedra se adentra discursivamente en los dominios de Hipólito y los tiña progresivamente con su discurso, convirtiéndolo finalmente en un locushorridus donde el joven cazador huirá horrorizado como las bestias que solía perseguir. Por lo tanto tragedia y catástrofe ocurren cuando las silvae de Hipólito se convierten en el acechante Nemus habitado por lujuriosas criaturas gracias a la intrusión discursiva que la reina realiza en el áspero paisaje configurado en la monodia inicial del personaje
Resumo:
El prólogo de la tragedia despliega dos espacios distintivos: las silvae de Hipólito y el opresivo y lujurioso espacio interior del palacio de Fedra. Cada personaje es definido por las características de los espacios que sus discursos configuran: los castos y salvajes bosques de Hipólito revelarán, bajo su manto de agreste tranquilidad, una violenta y estéril dicción que sugiere una inadecuación del personaje al paradigma de sapiens que parte de la crítica ha visto en él, mientras que el espacio interior de Fedra estará lleno de llamas y vapor, símbolos de su pasión. Ambos mundos conviven a modo de compartimentos estancos: frío y llamas, castidad y libido, nieve y vapor conviven pacíficamente, y en esta convivencia no hay ni catástrofe ni tragedia. Éstas se desarrollan y toman fuerza a medida que Fedra se adentra discursivamente en los dominios de Hipólito y los tiña progresivamente con su discurso, convirtiéndolo finalmente en un locushorridus donde el joven cazador huirá horrorizado como las bestias que solía perseguir. Por lo tanto tragedia y catástrofe ocurren cuando las silvae de Hipólito se convierten en el acechante Nemus habitado por lujuriosas criaturas gracias a la intrusión discursiva que la reina realiza en el áspero paisaje configurado en la monodia inicial del personaje
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El prólogo de la tragedia despliega dos espacios distintivos: las silvae de Hipólito y el opresivo y lujurioso espacio interior del palacio de Fedra. Cada personaje es definido por las características de los espacios que sus discursos configuran: los castos y salvajes bosques de Hipólito revelarán, bajo su manto de agreste tranquilidad, una violenta y estéril dicción que sugiere una inadecuación del personaje al paradigma de sapiens que parte de la crítica ha visto en él, mientras que el espacio interior de Fedra estará lleno de llamas y vapor, símbolos de su pasión. Ambos mundos conviven a modo de compartimentos estancos: frío y llamas, castidad y libido, nieve y vapor conviven pacíficamente, y en esta convivencia no hay ni catástrofe ni tragedia. Éstas se desarrollan y toman fuerza a medida que Fedra se adentra discursivamente en los dominios de Hipólito y los tiña progresivamente con su discurso, convirtiéndolo finalmente en un locushorridus donde el joven cazador huirá horrorizado como las bestias que solía perseguir. Por lo tanto tragedia y catástrofe ocurren cuando las silvae de Hipólito se convierten en el acechante Nemus habitado por lujuriosas criaturas gracias a la intrusión discursiva que la reina realiza en el áspero paisaje configurado en la monodia inicial del personaje