3 resultados para RECINTO

em Memoria Académica - FaHCE, UNLP - Argentina


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La joven Antígona ha recorrido muchos caminos dentro de la historia literaria desde Sófocles hasta nuestros días. Su imagen ha sido recuperada por muchos autores; algunos de ellos la convirtieron en ejemplo de piedad. Otros expresaron, a través de su voz, las impiedades de su tiempo. Hoy me propongo comparar el significado que tuvo su muerte en la obra de Sófocles, dentro del contexto sociocultural de Grecia del siglo V a. de C; con una de las lecturas que el siglo XX pudo hacer de ella a la luz de la creación de María Zambrano, La tumba de Antígona. Mi objetivo es mostrar que en ambas obras las protagonistas aceptan piadosamente la muerte; pero los propósitos que las inspiran son diferentes, ya que estos se encuentran estrechamente ligados a los paradigmas epocales que representan y en los que sus acciones se fundamentan. Mientras que en la obra de Sófocles, Antígona muere en cumplimiento de su destino trágico; no sólo para dejar un ejemplo de obediencia y fidelidad a los dioses inmortales; sino también, para ingresar en el recinto de la alegoría de un pasado mítico que en ese momento estaba siendo eclipsado por la luz de la razón. María Zambrano la retiene en su sepulcro y prolonga su pasión, no le permite suicidarse, sino que la conduce hacia una anagnórica inmolación, y mediante la construcción alegórica de la pasión de Cristo, hace de su imagen un símbolo de fraternidad, purificando en ella el fratricidio familiar y el otro fratricidio; ese del que ha sido testigo España durante la dictadura de Franco.

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La joven Antígona ha recorrido muchos caminos dentro de la historia literaria desde Sófocles hasta nuestros días. Su imagen ha sido recuperada por muchos autores; algunos de ellos la convirtieron en ejemplo de piedad. Otros expresaron, a través de su voz, las impiedades de su tiempo. Hoy me propongo comparar el significado que tuvo su muerte en la obra de Sófocles, dentro del contexto sociocultural de Grecia del siglo V a. de C; con una de las lecturas que el siglo XX pudo hacer de ella a la luz de la creación de María Zambrano, La tumba de Antígona. Mi objetivo es mostrar que en ambas obras las protagonistas aceptan piadosamente la muerte; pero los propósitos que las inspiran son diferentes, ya que estos se encuentran estrechamente ligados a los paradigmas epocales que representan y en los que sus acciones se fundamentan. Mientras que en la obra de Sófocles, Antígona muere en cumplimiento de su destino trágico; no sólo para dejar un ejemplo de obediencia y fidelidad a los dioses inmortales; sino también, para ingresar en el recinto de la alegoría de un pasado mítico que en ese momento estaba siendo eclipsado por la luz de la razón. María Zambrano la retiene en su sepulcro y prolonga su pasión, no le permite suicidarse, sino que la conduce hacia una anagnórica inmolación, y mediante la construcción alegórica de la pasión de Cristo, hace de su imagen un símbolo de fraternidad, purificando en ella el fratricidio familiar y el otro fratricidio; ese del que ha sido testigo España durante la dictadura de Franco.

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La joven Antígona ha recorrido muchos caminos dentro de la historia literaria desde Sófocles hasta nuestros días. Su imagen ha sido recuperada por muchos autores; algunos de ellos la convirtieron en ejemplo de piedad. Otros expresaron, a través de su voz, las impiedades de su tiempo. Hoy me propongo comparar el significado que tuvo su muerte en la obra de Sófocles, dentro del contexto sociocultural de Grecia del siglo V a. de C; con una de las lecturas que el siglo XX pudo hacer de ella a la luz de la creación de María Zambrano, La tumba de Antígona. Mi objetivo es mostrar que en ambas obras las protagonistas aceptan piadosamente la muerte; pero los propósitos que las inspiran son diferentes, ya que estos se encuentran estrechamente ligados a los paradigmas epocales que representan y en los que sus acciones se fundamentan. Mientras que en la obra de Sófocles, Antígona muere en cumplimiento de su destino trágico; no sólo para dejar un ejemplo de obediencia y fidelidad a los dioses inmortales; sino también, para ingresar en el recinto de la alegoría de un pasado mítico que en ese momento estaba siendo eclipsado por la luz de la razón. María Zambrano la retiene en su sepulcro y prolonga su pasión, no le permite suicidarse, sino que la conduce hacia una anagnórica inmolación, y mediante la construcción alegórica de la pasión de Cristo, hace de su imagen un símbolo de fraternidad, purificando en ella el fratricidio familiar y el otro fratricidio; ese del que ha sido testigo España durante la dictadura de Franco.