50 resultados para cogito existencial


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"La internacional de los buenos sentimientos", el primer texto de Louis Althusser del que tengamos conocimiento (1946), permaneció inédito hasta 1994. El texto es la intervención de un joven intelectual católico, ya en tránsito hacia el comunismo, frente al movimiento internacional promovido por diferentes intelectuales (Camus, Marcel, Mauriac, Malraux, Koestler y otros), conocido como "Frente humano", enfocado a enfrentar el riesgo de la aniquilación de la especie a través de la bomba atómica. La amenaza nuclear definiría así una condición existencial novedosa, verdaderamente universal, una suerte de "proletariado del miedo" construido por los nuevos "medios y relaciones de destrucción masiva". El escrito de Althusser devela en este movimiento, por un lado, la velada intención de promover un "socialismo sin lucha de clases" como barrera a la amenaza soviética. Pero lo más interesante es que Althusser consigue también cuestionar, en sus propios términos, la matriz presuntamente antitotalitaria que sustenta las posiciones del "Frente humano": la misma exigiría la posposición de todo reclamo sectorial ya que los mismos sólo pueden tener derivas totalitarias o apocalípticas. Reconociendo la matriz teológica de este discurso, Althusser desnuda que esta denuncia de los "falsos profetas" es en realidad herética, ya que se sustenta, sin reconocerlo, en una profecía sobre la inevitabilidad de la catástrofe, que a fin de cuentas encubre que la misma no es un asunto del mañana, sino algo que está entre nosotros, desde anteayer. Su texto constituye, así, una crítica religiosa de la escatología.

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"La internacional de los buenos sentimientos", el primer texto de Louis Althusser del que tengamos conocimiento (1946), permaneció inédito hasta 1994. El texto es la intervención de un joven intelectual católico, ya en tránsito hacia el comunismo, frente al movimiento internacional promovido por diferentes intelectuales (Camus, Marcel, Mauriac, Malraux, Koestler y otros), conocido como "Frente humano", enfocado a enfrentar el riesgo de la aniquilación de la especie a través de la bomba atómica. La amenaza nuclear definiría así una condición existencial novedosa, verdaderamente universal, una suerte de "proletariado del miedo" construido por los nuevos "medios y relaciones de destrucción masiva". El escrito de Althusser devela en este movimiento, por un lado, la velada intención de promover un "socialismo sin lucha de clases" como barrera a la amenaza soviética. Pero lo más interesante es que Althusser consigue también cuestionar, en sus propios términos, la matriz presuntamente antitotalitaria que sustenta las posiciones del "Frente humano": la misma exigiría la posposición de todo reclamo sectorial ya que los mismos sólo pueden tener derivas totalitarias o apocalípticas. Reconociendo la matriz teológica de este discurso, Althusser desnuda que esta denuncia de los "falsos profetas" es en realidad herética, ya que se sustenta, sin reconocerlo, en una profecía sobre la inevitabilidad de la catástrofe, que a fin de cuentas encubre que la misma no es un asunto del mañana, sino algo que está entre nosotros, desde anteayer. Su texto constituye, así, una crítica religiosa de la escatología.

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La historia de la Actividad Física en general y de la Educación Física en particular son sin duda herederas de un cuerpo escindido, biologizado. La modernidad, montada sobre ese discurso dicotómico erige la razón como el nuevo Dios, y el cuerpo, siempre lo otro de sí, pasa a ser una maquinaria al servicio del cogito cartesiano. Considerar al cuerpo una construcción de la cultura, alejándose por completo del cuerpo físico que otrora fuera el centro de las preocupaciones, constituye un quiebre epistemológico radical que es preciso valorar. Efectivamente, limitar el análisis de la actividad física y las prácticas corporales de los hombres a una simple consideración orgánica, es reducirla a un nivel muy pobre de argumentación. Pero también, un enfoque culturalista que pretende deslindar toda consideración de la condición de animalidad del ser humano, su condición de ser vivo, constituye otra cara del reduccionismo. Como tampoco esencializar la cultura y no considerar las condiciones macroestructurales que la explican parece lo más plausible. En ese sentido, nos parece oportuno advertir que alentamos una postura antiesencialista que sostiene la no existencia de un sustrato primario, una esencia de lo social, sino que por el contrario asume el carácter contingente de toda identidad. De igual modo rechaza todo determinismo puesto que no concibe que exista una primacía de ninguna esfera, ya sea económica, cultural, o social, en la formación de las identidades; sino más bien entiende que todas ellas se interrelacionan e influencian mutuamente. Somos ese cuerpo que está, no solo atravesado por la razón, sino también por el poder y el deseo. Esa carne que somos es ese límite, ese punto ciego, esa piel que antecede toda reflexión y nos conecta con el mundo. En esta posibilidad de aunar la dimensión animal, humana y cósmica en una entidad indisoluble e integral, están quizás las huellas de nuevas (o viejas) sendas a ser transitadas

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"La internacional de los buenos sentimientos", el primer texto de Louis Althusser del que tengamos conocimiento (1946), permaneció inédito hasta 1994. El texto es la intervención de un joven intelectual católico, ya en tránsito hacia el comunismo, frente al movimiento internacional promovido por diferentes intelectuales (Camus, Marcel, Mauriac, Malraux, Koestler y otros), conocido como "Frente humano", enfocado a enfrentar el riesgo de la aniquilación de la especie a través de la bomba atómica. La amenaza nuclear definiría así una condición existencial novedosa, verdaderamente universal, una suerte de "proletariado del miedo" construido por los nuevos "medios y relaciones de destrucción masiva". El escrito de Althusser devela en este movimiento, por un lado, la velada intención de promover un "socialismo sin lucha de clases" como barrera a la amenaza soviética. Pero lo más interesante es que Althusser consigue también cuestionar, en sus propios términos, la matriz presuntamente antitotalitaria que sustenta las posiciones del "Frente humano": la misma exigiría la posposición de todo reclamo sectorial ya que los mismos sólo pueden tener derivas totalitarias o apocalípticas. Reconociendo la matriz teológica de este discurso, Althusser desnuda que esta denuncia de los "falsos profetas" es en realidad herética, ya que se sustenta, sin reconocerlo, en una profecía sobre la inevitabilidad de la catástrofe, que a fin de cuentas encubre que la misma no es un asunto del mañana, sino algo que está entre nosotros, desde anteayer. Su texto constituye, así, una crítica religiosa de la escatología.

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La historia de la Actividad Física en general y de la Educación Física en particular son sin duda herederas de un cuerpo escindido, biologizado. La modernidad, montada sobre ese discurso dicotómico erige la razón como el nuevo Dios, y el cuerpo, siempre lo otro de sí, pasa a ser una maquinaria al servicio del cogito cartesiano. Considerar al cuerpo una construcción de la cultura, alejándose por completo del cuerpo físico que otrora fuera el centro de las preocupaciones, constituye un quiebre epistemológico radical que es preciso valorar. Efectivamente, limitar el análisis de la actividad física y las prácticas corporales de los hombres a una simple consideración orgánica, es reducirla a un nivel muy pobre de argumentación. Pero también, un enfoque culturalista que pretende deslindar toda consideración de la condición de animalidad del ser humano, su condición de ser vivo, constituye otra cara del reduccionismo. Como tampoco esencializar la cultura y no considerar las condiciones macroestructurales que la explican parece lo más plausible. En ese sentido, nos parece oportuno advertir que alentamos una postura antiesencialista que sostiene la no existencia de un sustrato primario, una esencia de lo social, sino que por el contrario asume el carácter contingente de toda identidad. De igual modo rechaza todo determinismo puesto que no concibe que exista una primacía de ninguna esfera, ya sea económica, cultural, o social, en la formación de las identidades; sino más bien entiende que todas ellas se interrelacionan e influencian mutuamente. Somos ese cuerpo que está, no solo atravesado por la razón, sino también por el poder y el deseo. Esa carne que somos es ese límite, ese punto ciego, esa piel que antecede toda reflexión y nos conecta con el mundo. En esta posibilidad de aunar la dimensión animal, humana y cósmica en una entidad indisoluble e integral, están quizás las huellas de nuevas (o viejas) sendas a ser transitadas