50 resultados para Virtudes cardinales


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En la Antigua Roma las mujeres casadas no gozaban de ningún tipo de libertades y todos los placeres les eran vedados a su clase (Rousselle, 2000). Responsables de la gestación de los futuros ciudadanos, su esfera de acción se limitaba al hogar, donde, además de procurarles especial atención a sus maridos e hijos, estaban encargadas de realizar, entre otras tareas, el control de la servidumbre, la administración de los gastos y el tejido (Knapp, 2011). A diferencia de las mujeres de otras clases, prostitutas y esclavas, la conducta de las matronas debía estar regida por la castidad, la reserva, la modestia y la pietas, principales virtudes celebradas en las fuentes epigráficas (CIL 6.23773, 8.11294). Como consecuencia de la corrupción de las costumbres durante la República, Augusto sancionó una serie de leyes (Lex Iulia de maritandis ordinibus y de adulteriis coercendis en 18 a.C., Lex Papia Poppaea en 9 d.C.) que, basándose en la tradición de los antepasados, estaban destinadas a ejercer un fuerte dominio sobre las políticas familiares. Se obligaba a los estratos superiores de la sociedad a contraer uniones legítimas y a tener descendencia, y se sancionaba con severidad a aquellas mujeres que cometían adulterio y que no se ajustaban al modelo femenino que el Estado buscaba imponer (Pomeroy, 1999). Bajo la luz de estas consideraciones acerca de la matrona, nos proponemos ofrecer una lectura posible de los fragmentos 618-9 y 681 M del poeta satírico Lucilio, conservados únicamente por transmisión indirecta. Así pues, a partir de información recabada del contexto social y político, intentamos demostrar que en el horizonte del pensamiento romano se mantiene constante un único ideal de mujer, al mismo tiempo que, a partir de referencias intertextuales, logramos dar sentido(s) a un texto que sólo a simple vista parece no poder decirnos mucho

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Un día de enero de 1404, Christine de Pizan, rodeada de sus servidores de confianza, acudía al palacio del Louvre para reunirse con Felipe II de Borgoña. Una vez concluido el protocolo de presentación, el duque comunicó a Christine sobre sus intenciones de escribir una obra en memoria de su hermano, el honorable rey Carlos V, a fin de impedir que el inevitable paso del tiempo disolviese su ejemplar comportamiento y sus nobles virtudes. En el siglo en que se iniciaban los grandes mecenazgos renacentistas, los encargos nobiliarios formaban parte de la vida política y cultural de la elite. No obstante, la oferta hecha por el duque a Christine de Pizan, lejos de ser habitual, se situaba por fuera de los cánones de la época. A su condición de mujer, creación viciada de la naturaleza, se le añadía el particular contexto de popularidad de la literatura misógina de Paris del siglo XV. Evidentemente, desde la perspectiva de género, la elección de Felipe de Borgoña, no era inviable; pero incluso por fuera de ella, la decisión seguía siendo polémica. Al momento de la encomienda, Christine no pasaba de ser una escritora de poesías, tratados alegóricos y didácticos, sin ningún peso entre los grandes escritores laicos y clericales. Jamás había escrito por completo una obra en prosa y su trayectoria como escritora política era nula. Sin embargo, Christine de Pizan, mujer viuda e inexperta en la materia, terminó por ser la elegida para honrar la memoria de los Valois. Sin lugar a dudas, una elección controvertida que invita a dilucidar los motivos que se esconden tras ella

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En la Antigua Roma las mujeres casadas no gozaban de ningún tipo de libertades y todos los placeres les eran vedados a su clase (Rousselle, 2000). Responsables de la gestación de los futuros ciudadanos, su esfera de acción se limitaba al hogar, donde, además de procurarles especial atención a sus maridos e hijos, estaban encargadas de realizar, entre otras tareas, el control de la servidumbre, la administración de los gastos y el tejido (Knapp, 2011). A diferencia de las mujeres de otras clases, prostitutas y esclavas, la conducta de las matronas debía estar regida por la castidad, la reserva, la modestia y la pietas, principales virtudes celebradas en las fuentes epigráficas (CIL 6.23773, 8.11294). Como consecuencia de la corrupción de las costumbres durante la República, Augusto sancionó una serie de leyes (Lex Iulia de maritandis ordinibus y de adulteriis coercendis en 18 a.C., Lex Papia Poppaea en 9 d.C.) que, basándose en la tradición de los antepasados, estaban destinadas a ejercer un fuerte dominio sobre las políticas familiares. Se obligaba a los estratos superiores de la sociedad a contraer uniones legítimas y a tener descendencia, y se sancionaba con severidad a aquellas mujeres que cometían adulterio y que no se ajustaban al modelo femenino que el Estado buscaba imponer (Pomeroy, 1999). Bajo la luz de estas consideraciones acerca de la matrona, nos proponemos ofrecer una lectura posible de los fragmentos 618-9 y 681 M del poeta satírico Lucilio, conservados únicamente por transmisión indirecta. Así pues, a partir de información recabada del contexto social y político, intentamos demostrar que en el horizonte del pensamiento romano se mantiene constante un único ideal de mujer, al mismo tiempo que, a partir de referencias intertextuales, logramos dar sentido(s) a un texto que sólo a simple vista parece no poder decirnos mucho

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Existe en el Poema de Alfonso Onceno una intencionalidad manifiesta de exaltar la figura del rey, mostrando su poder para pacificar las revueltas internas de Castilla y para poder hacerle la guerra al infiel: el moro. El trabajo que nos ocupa tiende a evidenciar de qué manera el autor del Poema de Alfonso Onceno realiza una construcción de la cosmovisión del moro como enemigo externo en vistas de exaltar las virtudes de un rey hasta convertirlo en ?espejo y escudo de la cristiandad?, permitiéndole a través de éste procedimiento, juzgar con la misma vara a todo aquél que impida a Alfonso XI luchar contra el enemigo de la fe verdadera.

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Un día de enero de 1404, Christine de Pizan, rodeada de sus servidores de confianza, acudía al palacio del Louvre para reunirse con Felipe II de Borgoña. Una vez concluido el protocolo de presentación, el duque comunicó a Christine sobre sus intenciones de escribir una obra en memoria de su hermano, el honorable rey Carlos V, a fin de impedir que el inevitable paso del tiempo disolviese su ejemplar comportamiento y sus nobles virtudes. En el siglo en que se iniciaban los grandes mecenazgos renacentistas, los encargos nobiliarios formaban parte de la vida política y cultural de la elite. No obstante, la oferta hecha por el duque a Christine de Pizan, lejos de ser habitual, se situaba por fuera de los cánones de la época. A su condición de mujer, creación viciada de la naturaleza, se le añadía el particular contexto de popularidad de la literatura misógina de Paris del siglo XV. Evidentemente, desde la perspectiva de género, la elección de Felipe de Borgoña, no era inviable; pero incluso por fuera de ella, la decisión seguía siendo polémica. Al momento de la encomienda, Christine no pasaba de ser una escritora de poesías, tratados alegóricos y didácticos, sin ningún peso entre los grandes escritores laicos y clericales. Jamás había escrito por completo una obra en prosa y su trayectoria como escritora política era nula. Sin embargo, Christine de Pizan, mujer viuda e inexperta en la materia, terminó por ser la elegida para honrar la memoria de los Valois. Sin lugar a dudas, una elección controvertida que invita a dilucidar los motivos que se esconden tras ella