20 resultados para Sapiens


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El prólogo de la tragedia despliega dos espacios distintivos: las silvae de Hipólito y el opresivo y lujurioso espacio interior del palacio de Fedra. Cada personaje es definido por las características de los espacios que sus discursos configuran: los castos y salvajes bosques de Hipólito revelarán, bajo su manto de agreste tranquilidad, una violenta y estéril dicción que sugiere una inadecuación del personaje al paradigma de sapiens que parte de la crítica ha visto en él, mientras que el espacio interior de Fedra estará lleno de llamas y vapor, símbolos de su pasión. Ambos mundos conviven a modo de compartimentos estancos: frío y llamas, castidad y libido, nieve y vapor conviven pacíficamente, y en esta convivencia no hay ni catástrofe ni tragedia. Éstas se desarrollan y toman fuerza a medida que Fedra se adentra discursivamente en los dominios de Hipólito y los tiña progresivamente con su discurso, convirtiéndolo finalmente en un locushorridus donde el joven cazador huirá horrorizado como las bestias que solía perseguir. Por lo tanto tragedia y catástrofe ocurren cuando las silvae de Hipólito se convierten en el acechante Nemus habitado por lujuriosas criaturas gracias a la intrusión discursiva que la reina realiza en el áspero paisaje configurado en la monodia inicial del personaje

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El prólogo de la tragedia despliega dos espacios distintivos: las silvae de Hipólito y el opresivo y lujurioso espacio interior del palacio de Fedra. Cada personaje es definido por las características de los espacios que sus discursos configuran: los castos y salvajes bosques de Hipólito revelarán, bajo su manto de agreste tranquilidad, una violenta y estéril dicción que sugiere una inadecuación del personaje al paradigma de sapiens que parte de la crítica ha visto en él, mientras que el espacio interior de Fedra estará lleno de llamas y vapor, símbolos de su pasión. Ambos mundos conviven a modo de compartimentos estancos: frío y llamas, castidad y libido, nieve y vapor conviven pacíficamente, y en esta convivencia no hay ni catástrofe ni tragedia. Éstas se desarrollan y toman fuerza a medida que Fedra se adentra discursivamente en los dominios de Hipólito y los tiña progresivamente con su discurso, convirtiéndolo finalmente en un locushorridus donde el joven cazador huirá horrorizado como las bestias que solía perseguir. Por lo tanto tragedia y catástrofe ocurren cuando las silvae de Hipólito se convierten en el acechante Nemus habitado por lujuriosas criaturas gracias a la intrusión discursiva que la reina realiza en el áspero paisaje configurado en la monodia inicial del personaje

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El trabajo propone, como una suerte de puesta a punto del pensamiento pedagógico, conectar tres problemas clásicos de la pedagogía con tres obstáculos en la formación docente actual. En primer lugar, la indefensión crónica de la cría sapiens con la omnipotencia magisterial. Como es sabido, la falta de ser que caracteriza al ejemplar humano al nacer, abre el juego a las intervenciones adultas más o menos contingentes en cuyo repertorio nunca faltan anhelos megalómanos de fabricación y dominación. Como si la docencia (y la formación concomitante) no pudieran no despreciar a quien ocupa temporalmente la posición de educando. En segundo lugar, la fantasía profesoral que promete formar conciencia crítica con la ignorancia de las leyes de la atracción pedagógica y la decisión de aprender. Como es sabido, la ambición de formación o influencia educativa, en versiones que van desde la persuasión al adoctrinamiento, incluye como predicados preferidos la promoción en los destinatarios pedagógicos de ciertos estados emocionales colaterales, tales como la "creatividad", la "conciencia crítica" o el más ramplón "interés". Como si la formación docente ignorara el vigor del derecho a la indiferencia o la vitalidad de la decisión de los educandos. En tercer lugar, la despolitización de la enseñanza con la fascinación por el destinatario. Como es sabido, los movimientos continuos que han terminado por desplazar al alumno del centro de la escena pedagógica para entronizar al niño y al joven, acompañan - sin demasiado esfuerzo argumentativo - la pérdida creciente de legitimidad del oficio de enseñar que convive pacíficamente con el culto a la personalidad de los educadores y las nuevas formas del compromiso docente. Como si la celebración de la perfomance que pregonan muchos formadores de docentes hubiera acabado con las nociones de rol, profesión, oficio y obra

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El prólogo de la tragedia despliega dos espacios distintivos: las silvae de Hipólito y el opresivo y lujurioso espacio interior del palacio de Fedra. Cada personaje es definido por las características de los espacios que sus discursos configuran: los castos y salvajes bosques de Hipólito revelarán, bajo su manto de agreste tranquilidad, una violenta y estéril dicción que sugiere una inadecuación del personaje al paradigma de sapiens que parte de la crítica ha visto en él, mientras que el espacio interior de Fedra estará lleno de llamas y vapor, símbolos de su pasión. Ambos mundos conviven a modo de compartimentos estancos: frío y llamas, castidad y libido, nieve y vapor conviven pacíficamente, y en esta convivencia no hay ni catástrofe ni tragedia. Éstas se desarrollan y toman fuerza a medida que Fedra se adentra discursivamente en los dominios de Hipólito y los tiña progresivamente con su discurso, convirtiéndolo finalmente en un locushorridus donde el joven cazador huirá horrorizado como las bestias que solía perseguir. Por lo tanto tragedia y catástrofe ocurren cuando las silvae de Hipólito se convierten en el acechante Nemus habitado por lujuriosas criaturas gracias a la intrusión discursiva que la reina realiza en el áspero paisaje configurado en la monodia inicial del personaje

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El trabajo propone, como una suerte de puesta a punto del pensamiento pedagógico, conectar tres problemas clásicos de la pedagogía con tres obstáculos en la formación docente actual. En primer lugar, la indefensión crónica de la cría sapiens con la omnipotencia magisterial. Como es sabido, la falta de ser que caracteriza al ejemplar humano al nacer, abre el juego a las intervenciones adultas más o menos contingentes en cuyo repertorio nunca faltan anhelos megalómanos de fabricación y dominación. Como si la docencia (y la formación concomitante) no pudieran no despreciar a quien ocupa temporalmente la posición de educando. En segundo lugar, la fantasía profesoral que promete formar conciencia crítica con la ignorancia de las leyes de la atracción pedagógica y la decisión de aprender. Como es sabido, la ambición de formación o influencia educativa, en versiones que van desde la persuasión al adoctrinamiento, incluye como predicados preferidos la promoción en los destinatarios pedagógicos de ciertos estados emocionales colaterales, tales como la "creatividad", la "conciencia crítica" o el más ramplón "interés". Como si la formación docente ignorara el vigor del derecho a la indiferencia o la vitalidad de la decisión de los educandos. En tercer lugar, la despolitización de la enseñanza con la fascinación por el destinatario. Como es sabido, los movimientos continuos que han terminado por desplazar al alumno del centro de la escena pedagógica para entronizar al niño y al joven, acompañan - sin demasiado esfuerzo argumentativo - la pérdida creciente de legitimidad del oficio de enseñar que convive pacíficamente con el culto a la personalidad de los educadores y las nuevas formas del compromiso docente. Como si la celebración de la perfomance que pregonan muchos formadores de docentes hubiera acabado con las nociones de rol, profesión, oficio y obra