199 resultados para La Razón


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La praxiología motriz es la ciencia de la acción motriz desde donde nos ubicamos para hablar del juego y desde "este mojón" intentaremos ampliar nuestra visión de este fenómeno Dentro de nuestras responsabilidades para garantizar el derecho al juego está la obligación de conocer ese objeto de derecho. Cuando Parlebas nos habla del espíritu del juego, nos invita a pensar en la esencia del juego, la sal, lo que caracteriza a cada juego. Es lo que Pavía refiere como "sentido" (uno de los rasgos variables de la forma del juego) ¿Es posible analizar, describir, clasificar ese "espíritu"? Este trabajo intenta humildemente aportar argumentos que se acerquen un poco a dar respuestas a este interrogante. A partir del estudio y recopilación de 125 juegos populares tradicionales, hemos ensayado distintas clasificaciones cuyas categorías respondan al sentido, a la razón de ser de ese juego. Encontramos 8 categorías que respondan a las preguntas que habitualmente nos hacemos a la hora de jugar un juego nuevo, ?de qué se trata, qué tenemos que hacer, cuál es el objetivo?. Entendemos que es una clasificación que no solo toma en cuenta "...al sistema de obligaciones impuesto por las reglas del juego deportivo..." (Parlebás: 2001. 302), sino que también pretende atender a la riqueza que los jugadores imprimen a cada juego que realizan, cada vez que reeditan ese mismo juego

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Este trabajo forma parte de un recorrido de investigación que el autor realiza en el marco de una Beca otorgada por la SeCyT de U.N.L.P. Se analizan ciertos aspectos de la Estética Trascendental de Kant, especialmente lo referido a tiempo y espacio como condiciones a priori del conocimiento sensible. Luego se analizan algunas hipótesis de Freud sobre el origen del tiempo y su relación con el espacio. Por último, se intenta dilucidar la oposición existente entre las tesis de ambos autores. En Crítica de la razón pura Kant define la noción de a priori como un saber independiente de la experiencia; no de una experiencia concreta sino de la experiencia en general. El espacio y el tiempo son consideradas categorías que funcionan como la condición subjetiva de toda sensibilidad. El espacio es esencialmente uno y se concibe que el sujeto cognoscente no puede representarse ningún fenómeno en la no- espacialidad. Del mismo modo el tiempo no es un concepto empírico que se derive de una experiencia sino que es una representación necesaria que está a la base de todas las intuiciones. Si bien es posible representar la ausencia de fenómenos en un tiempo determinado, no es posible concebir la inexistencia del tiempo mismo. Para Kant, estas condiciones a priori de toda experiencia sensible no son individuales ni empíricas sino que son trascendentales (universales y necesarias). Es por eso que lo que no aparece en el tiempo y en el espacio no es susceptible de ser conocido y no se puede decir que exista. Nada puede predicarse de la cosa-en-sí. Por otro lado, es necesario recordar la ubicación que Kant le dio a la Psicología, negándole el estatuto de ciencia del alma. Siguiendo el supuesto de que la ciencia sólo puede fundarse en las matemáticas, Kant afirma que la Psicología no puede ser una ciencia racional porque las matemáticas no logran ser aplicadas a los fenómenos de los que aquella se ocupa. Aplicación que solo puede realizarse para los fenómenos que cuentan con las dimensiones del espacio y el tiempo; y que se ve imposibilitada a los fenómenos psíquicos porque ellos carecen, según Kant, de localización espacial. Freud realiza en diversos pasajes una referencia (no siempre explícita) al filósofo alemán. Mientras que en algunas referencias (las más tempranas cronológicamente) se advierte una importación de ciertas ideas kantianas, en otras (más tardías en la obra freudiana) se hace explícita una crítica a sus principales consideraciones gnoseológicas. Freud parte de dos hipótesis específicas que lo llevan a oponerse a la universalidad de las formas kantianas: una inherente a la espacialidad (no anatómica) de los fenómenos psíquicos y otra sobre la atemporalidad de los procesos inconcientes. La espacialidad constante de los fenómenos psíquicos es interdependiente de la temporalidad excitatoria. La apelación al supuesto auxiliar de una energía psíquica es otra premisa central del argumento freudiano sobre el origen de las representaciones de tiempo y espacio. A partir de la lectura de los textos freudianos es posible esbozar la hipótesis de una fundamentación empirista respecto del origen de las categorías de tiempo y espacio consideradas

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En el séptimo trabajo de investigación, se intenta visibilizar las decisiones curriculares y las configuraciones didácticas que asumen los profesores expertos en las clases de Educación Física en la escuela secundaria. Compartimos con Litwin (2005), que en su intención de construir una didáctica desde la práctica, incorpora la idea de configuración, para el análisis de los problemas del conocimiento en el aula. "Configuración Didáctica es la manera particular que despliega el docente para favorecer los procesos de construcción del conocimiento". Desde esa perspectiva y con la intención de comprender estos procesos, se analiza la presencia de estilos, modos y códigos comunicacionales, relaciones vinculares y en síntesis, significados y sentidos que los docentes le imprimen a sus prácticas, al momento de enseñar Educación Física en la Escuela Secundaria. La intención de indagar en la tarea del docente; implica la observación de una multiplicidad de variables a través de las cuales, interviene sobre una realidad con la intención de enseñar. Y la razón de hacerlo, sería tratar de comprender la naturaleza de la acción pedagógica y el reconocimiento de la intencionalidad que supone la acción de enseñar

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La historia de la Actividad Física en general y de la Educación Física en particular son sin duda herederas de un cuerpo escindido, biologizado. La modernidad, montada sobre ese discurso dicotómico erige la razón como el nuevo Dios, y el cuerpo, siempre lo otro de sí, pasa a ser una maquinaria al servicio del cogito cartesiano. Considerar al cuerpo una construcción de la cultura, alejándose por completo del cuerpo físico que otrora fuera el centro de las preocupaciones, constituye un quiebre epistemológico radical que es preciso valorar. Efectivamente, limitar el análisis de la actividad física y las prácticas corporales de los hombres a una simple consideración orgánica, es reducirla a un nivel muy pobre de argumentación. Pero también, un enfoque culturalista que pretende deslindar toda consideración de la condición de animalidad del ser humano, su condición de ser vivo, constituye otra cara del reduccionismo. Como tampoco esencializar la cultura y no considerar las condiciones macroestructurales que la explican parece lo más plausible. En ese sentido, nos parece oportuno advertir que alentamos una postura antiesencialista que sostiene la no existencia de un sustrato primario, una esencia de lo social, sino que por el contrario asume el carácter contingente de toda identidad. De igual modo rechaza todo determinismo puesto que no concibe que exista una primacía de ninguna esfera, ya sea económica, cultural, o social, en la formación de las identidades; sino más bien entiende que todas ellas se interrelacionan e influencian mutuamente. Somos ese cuerpo que está, no solo atravesado por la razón, sino también por el poder y el deseo. Esa carne que somos es ese límite, ese punto ciego, esa piel que antecede toda reflexión y nos conecta con el mundo. En esta posibilidad de aunar la dimensión animal, humana y cósmica en una entidad indisoluble e integral, están quizás las huellas de nuevas (o viejas) sendas a ser transitadas

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La historia de la Actividad Física en general y de la Educación Física en particular son sin duda herederas de un cuerpo escindido, biologizado. La modernidad, montada sobre ese discurso dicotómico erige la razón como el nuevo Dios, y el cuerpo, siempre lo otro de sí, pasa a ser una maquinaria al servicio del cogito cartesiano. Considerar al cuerpo una construcción de la cultura, alejándose por completo del cuerpo físico que otrora fuera el centro de las preocupaciones, constituye un quiebre epistemológico radical que es preciso valorar. Efectivamente, limitar el análisis de la actividad física y las prácticas corporales de los hombres a una simple consideración orgánica, es reducirla a un nivel muy pobre de argumentación. Pero también, un enfoque culturalista que pretende deslindar toda consideración de la condición de animalidad del ser humano, su condición de ser vivo, constituye otra cara del reduccionismo. Como tampoco esencializar la cultura y no considerar las condiciones macroestructurales que la explican parece lo más plausible. En ese sentido, nos parece oportuno advertir que alentamos una postura antiesencialista que sostiene la no existencia de un sustrato primario, una esencia de lo social, sino que por el contrario asume el carácter contingente de toda identidad. De igual modo rechaza todo determinismo puesto que no concibe que exista una primacía de ninguna esfera, ya sea económica, cultural, o social, en la formación de las identidades; sino más bien entiende que todas ellas se interrelacionan e influencian mutuamente. Somos ese cuerpo que está, no solo atravesado por la razón, sino también por el poder y el deseo. Esa carne que somos es ese límite, ese punto ciego, esa piel que antecede toda reflexión y nos conecta con el mundo. En esta posibilidad de aunar la dimensión animal, humana y cósmica en una entidad indisoluble e integral, están quizás las huellas de nuevas (o viejas) sendas a ser transitadas

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La joven Antígona ha recorrido muchos caminos dentro de la historia literaria desde Sófocles hasta nuestros días. Su imagen ha sido recuperada por muchos autores; algunos de ellos la convirtieron en ejemplo de piedad. Otros expresaron, a través de su voz, las impiedades de su tiempo. Hoy me propongo comparar el significado que tuvo su muerte en la obra de Sófocles, dentro del contexto sociocultural de Grecia del siglo V a. de C; con una de las lecturas que el siglo XX pudo hacer de ella a la luz de la creación de María Zambrano, La tumba de Antígona. Mi objetivo es mostrar que en ambas obras las protagonistas aceptan piadosamente la muerte; pero los propósitos que las inspiran son diferentes, ya que estos se encuentran estrechamente ligados a los paradigmas epocales que representan y en los que sus acciones se fundamentan. Mientras que en la obra de Sófocles, Antígona muere en cumplimiento de su destino trágico; no sólo para dejar un ejemplo de obediencia y fidelidad a los dioses inmortales; sino también, para ingresar en el recinto de la alegoría de un pasado mítico que en ese momento estaba siendo eclipsado por la luz de la razón. María Zambrano la retiene en su sepulcro y prolonga su pasión, no le permite suicidarse, sino que la conduce hacia una anagnórica inmolación, y mediante la construcción alegórica de la pasión de Cristo, hace de su imagen un símbolo de fraternidad, purificando en ella el fratricidio familiar y el otro fratricidio; ese del que ha sido testigo España durante la dictadura de Franco.

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Con frecuencia, en los primeros ejercicios de traducción del griego y del latín al español, los alumnos son más propensos a errores sintácticos y, principalmente, de elección de significados. Arriesgan versiones que, comparadas con el sentido del texto original, ofrecen errores esperables, curiosas ocurrencias y, muchas veces, humor no buscado. Son erróneas, sin duda; pero leídas sin cotejar el original, esas traducciones parecen enigmas muy cercanos a los de un oráculo, tropos literarios u ocurrencias de quien ha perdido la razón. El objetivo del presente trabajo es analizar cómo algunos de esos errores de traducción fueron empleados como motivos de creación literaria en el cuento ?La loca Justina? de La tierra contada (1989) de Juan Bautista Zalazar y el valor que tienen al momento de interpretar la historia

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La historia de la Actividad Física en general y de la Educación Física en particular son sin duda herederas de un cuerpo escindido, biologizado. La modernidad, montada sobre ese discurso dicotómico erige la razón como el nuevo Dios, y el cuerpo, siempre lo otro de sí, pasa a ser una maquinaria al servicio del cogito cartesiano. Considerar al cuerpo una construcción de la cultura, alejándose por completo del cuerpo físico que otrora fuera el centro de las preocupaciones, constituye un quiebre epistemológico radical que es preciso valorar. Efectivamente, limitar el análisis de la actividad física y las prácticas corporales de los hombres a una simple consideración orgánica, es reducirla a un nivel muy pobre de argumentación. Pero también, un enfoque culturalista que pretende deslindar toda consideración de la condición de animalidad del ser humano, su condición de ser vivo, constituye otra cara del reduccionismo. Como tampoco esencializar la cultura y no considerar las condiciones macroestructurales que la explican parece lo más plausible. En ese sentido, nos parece oportuno advertir que alentamos una postura antiesencialista que sostiene la no existencia de un sustrato primario, una esencia de lo social, sino que por el contrario asume el carácter contingente de toda identidad. De igual modo rechaza todo determinismo puesto que no concibe que exista una primacía de ninguna esfera, ya sea económica, cultural, o social, en la formación de las identidades; sino más bien entiende que todas ellas se interrelacionan e influencian mutuamente. Somos ese cuerpo que está, no solo atravesado por la razón, sino también por el poder y el deseo. Esa carne que somos es ese límite, ese punto ciego, esa piel que antecede toda reflexión y nos conecta con el mundo. En esta posibilidad de aunar la dimensión animal, humana y cósmica en una entidad indisoluble e integral, están quizás las huellas de nuevas (o viejas) sendas a ser transitadas

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La joven Antígona ha recorrido muchos caminos dentro de la historia literaria desde Sófocles hasta nuestros días. Su imagen ha sido recuperada por muchos autores; algunos de ellos la convirtieron en ejemplo de piedad. Otros expresaron, a través de su voz, las impiedades de su tiempo. Hoy me propongo comparar el significado que tuvo su muerte en la obra de Sófocles, dentro del contexto sociocultural de Grecia del siglo V a. de C; con una de las lecturas que el siglo XX pudo hacer de ella a la luz de la creación de María Zambrano, La tumba de Antígona. Mi objetivo es mostrar que en ambas obras las protagonistas aceptan piadosamente la muerte; pero los propósitos que las inspiran son diferentes, ya que estos se encuentran estrechamente ligados a los paradigmas epocales que representan y en los que sus acciones se fundamentan. Mientras que en la obra de Sófocles, Antígona muere en cumplimiento de su destino trágico; no sólo para dejar un ejemplo de obediencia y fidelidad a los dioses inmortales; sino también, para ingresar en el recinto de la alegoría de un pasado mítico que en ese momento estaba siendo eclipsado por la luz de la razón. María Zambrano la retiene en su sepulcro y prolonga su pasión, no le permite suicidarse, sino que la conduce hacia una anagnórica inmolación, y mediante la construcción alegórica de la pasión de Cristo, hace de su imagen un símbolo de fraternidad, purificando en ella el fratricidio familiar y el otro fratricidio; ese del que ha sido testigo España durante la dictadura de Franco.

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Con frecuencia, en los primeros ejercicios de traducción del griego y del latín al español, los alumnos son más propensos a errores sintácticos y, principalmente, de elección de significados. Arriesgan versiones que, comparadas con el sentido del texto original, ofrecen errores esperables, curiosas ocurrencias y, muchas veces, humor no buscado. Son erróneas, sin duda; pero leídas sin cotejar el original, esas traducciones parecen enigmas muy cercanos a los de un oráculo, tropos literarios u ocurrencias de quien ha perdido la razón. El objetivo del presente trabajo es analizar cómo algunos de esos errores de traducción fueron empleados como motivos de creación literaria en el cuento ?La loca Justina? de La tierra contada (1989) de Juan Bautista Zalazar y el valor que tienen al momento de interpretar la historia

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Este trabajo intenta poner de manifiesto cómo Aristóteles en el De Motu Animalium configura las funciones de los principios del movimiento voluntario de los animales a través de la presentación de varias analogías geométricas a lo largo del tratado. El modelo geométrico de los movimientos locativos de los animales es introducido ya en el primer capítulo para indicar que los animales, en tanto se mueven por sí mismos, cuentan con un centro en el cual se sostienen al moverse. Mientras que el modelo muestra allí cómo se mueven las extremidades articuladas, éste es retomado en los capítulos 8, 9, 10 y 11 para dar cuenta de las funciones de los principios establecidos en el capítulo 6 como explicativos del movimiento de los animales por sí mismos. De este modo los términos geométricos se aplican a través de la analogía con la articulación en una nueva analogía de la parte con el animal entero, indicándonos qué función cumplen y cómo se relacionan el alma, el corazón, el pneûma y las partes orgánicas. Mi análisis revela que las representaciones geométricas siempre indican un movimiento circular que es origen de los demás movimientos y que ese primer movimiento es el único que puede ser llamado estrictamente movimiento causado por sí mismo. La razón de esto es que las cosas que se mueven circularmente cuentan con un centro que funciona como un principio de movimiento interno inmóvil. El alma, en tanto principio inmóvil del movimiento y a través de ciertas sucesiones, es capaz de originar movimientos locativos voluntarios, quedando saldada para el autor la cuestión de cómo pueden los animales ser causantes de sus propios movimientos

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Este trabajo intenta poner de manifiesto cómo Aristóteles en el De Motu Animalium configura las funciones de los principios del movimiento voluntario de los animales a través de la presentación de varias analogías geométricas a lo largo del tratado. El modelo geométrico de los movimientos locativos de los animales es introducido ya en el primer capítulo para indicar que los animales, en tanto se mueven por sí mismos, cuentan con un centro en el cual se sostienen al moverse. Mientras que el modelo muestra allí cómo se mueven las extremidades articuladas, éste es retomado en los capítulos 8, 9, 10 y 11 para dar cuenta de las funciones de los principios establecidos en el capítulo 6 como explicativos del movimiento de los animales por sí mismos. De este modo los términos geométricos se aplican a través de la analogía con la articulación en una nueva analogía de la parte con el animal entero, indicándonos qué función cumplen y cómo se relacionan el alma, el corazón, el pneûma y las partes orgánicas. Mi análisis revela que las representaciones geométricas siempre indican un movimiento circular que es origen de los demás movimientos y que ese primer movimiento es el único que puede ser llamado estrictamente movimiento causado por sí mismo. La razón de esto es que las cosas que se mueven circularmente cuentan con un centro que funciona como un principio de movimiento interno inmóvil. El alma, en tanto principio inmóvil del movimiento y a través de ciertas sucesiones, es capaz de originar movimientos locativos voluntarios, quedando saldada para el autor la cuestión de cómo pueden los animales ser causantes de sus propios movimientos

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Este trabajo intenta poner de manifiesto cómo Aristóteles en el De Motu Animalium configura las funciones de los principios del movimiento voluntario de los animales a través de la presentación de varias analogías geométricas a lo largo del tratado. El modelo geométrico de los movimientos locativos de los animales es introducido ya en el primer capítulo para indicar que los animales, en tanto se mueven por sí mismos, cuentan con un centro en el cual se sostienen al moverse. Mientras que el modelo muestra allí cómo se mueven las extremidades articuladas, éste es retomado en los capítulos 8, 9, 10 y 11 para dar cuenta de las funciones de los principios establecidos en el capítulo 6 como explicativos del movimiento de los animales por sí mismos. De este modo los términos geométricos se aplican a través de la analogía con la articulación en una nueva analogía de la parte con el animal entero, indicándonos qué función cumplen y cómo se relacionan el alma, el corazón, el pneûma y las partes orgánicas. Mi análisis revela que las representaciones geométricas siempre indican un movimiento circular que es origen de los demás movimientos y que ese primer movimiento es el único que puede ser llamado estrictamente movimiento causado por sí mismo. La razón de esto es que las cosas que se mueven circularmente cuentan con un centro que funciona como un principio de movimiento interno inmóvil. El alma, en tanto principio inmóvil del movimiento y a través de ciertas sucesiones, es capaz de originar movimientos locativos voluntarios, quedando saldada para el autor la cuestión de cómo pueden los animales ser causantes de sus propios movimientos

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