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En su novela La Reina Isabel cantaba rancheras, Rivera Letelier retrata el sórdido mundo de las pampas salitreras del norte de Chile. Los personajes que habitan estas regiones carecen por completo de nombre propio. En su lugar encontramos apodos a partir de los que el autor crea y recrea la historia de los viejos y prostitutas que habitaron estas oficinas salitreras. Más allá de la evidente intención cómica que persigue el autor de la novela, creemos que el apodo es el elemento estructurante tanto de los personajes como de la novela en general. Esto se debe a que la historia de la desaparición de la "última oficina salitrera" se entrelaza con la historia de los personajes que vivieron en ella. Los protagonistas de la novela se destacan gracias a sus apodos del resto de aquellos viejos que no hicieron ningún mérito para conseguirlo y por lo tanto están condenados al anonimato. Precisamente, son las características del apodo las que permiten al autor configurar a estos personajes que al lector le costará olvidar. Como primera característica, aludiremos a la calidad referencial del apodo frente al nombre propio. Esto se debe a que el mote surge de los defectos, virtudes o de cualquier otra circunstancia vivida por alguna persona. Esto permite que se establezca una relación causal entre apodo y persona. Por su parte, el nombre propio establece una relación casual con la persona a la que designa. Por otro lado, mientras el nombre propio es otorgado de una vez y para siempre. El apodo presenta como segunda característica la validez. Es decir, el apodo, necesariamente, esta circuscripto a un tiempo, a un espacio y sólo es válido para un grupo determinado. Esto se debe a que sólo dentro de estos parámetros el apodo podrá ser interpretado. Cuando se altera alguna de estas coordenadas, indefectiblemente, el apodo cambia.