5 resultados para Medieval Christian philosophy


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Este artículo intenta mostrar cómo la introducción del corpus aristotélico en el mundo cristiano medieval durante los siglos XII y XIII contribuyó notablemente a reivindicar el valor de los datos sensibles para conducir al conocimiento inteligible. En efecto, el platonismo con el que los primeros pensadores cristianos estuvieron bien familiarizados, negaba que lo sensible pudiera dar lugar a un verdadero conocimiento. Sin embargo, esto significaba, al mismo tiempo, que las cosas sensibles no tenían suficiente consistencia ontológica. Y puesto que el cristianismo enseñaba la dignidad de todo lo creado, la filosofía aristotélica vino a proveerle de una concepción de lo sensible mucho más afín con sus propios principios. Esta confianza en la realidad concreta como objeto de conocimiento incluso inteligible acabó, no obstante, hacia fines de la Edad Media, y con ella, el realismo gnoseológico característico del pensamiento cristiano medieval.

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El presente artículo se ocupa del enlace entre el pensar agustiniano y la filosofía antigua mostrando dos momentos de dicha relación: en primer lugar, la incorporación de la especulación platónico-neoplatónica como estructura filosófica imprescindible al pensar y, en segundo lugar, su particular reconfiguración desde la matriz intelectual cristiana. En ello, también se destaca cómo esta nueva cosmovisión se halla siempre presente en Agustín aun cuando pueda observarse que el creciente grado de inhesión de la fe en la vida del Obispo de Hipona permite advertir una renovada elaboración de la filosofía cristiana.

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Pese a los indicios que podrían encontrarse en la filosofía griega, la noción de persona es de origen netamente cristiano y no pudo haber sido formulada sino dentro de ese horizonte de pensamiento. El hombre ha sido creado a imagen de Dios y es persona porque, en primer término, Dios lo es. Aquí se enlazan, durante el medioevo, las cuestiones antropológicas y teológicas (trinitarias y cristológicas). Un ejemplo paradigmático se encuentra en las Sentencias de Pedro Lombardo y sus comentadores, entre los que hemos reparado especialmente en Tomás de Aquino. En este contexto, “naturaleza" (divina o humana) y “persona" son nociones íntimamente vinculadas, pues es propio de tales naturalezas el existir y manifestarse como seres personales. Esa relación, sin embargo, se pierde durante la modernidad, época en que persona y naturaleza se vuelven términos antagónicos. Martin Heidegger, agudo crítico de esa transformación en la historia del pensar, propone una concepción de lo humano que, no obstante su “ateísmo metodológico", finalmente parece aproximarse a la noción cristiana de persona.

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El judaísmo tardío y posteriormente el cristianismo incursionaron frecuentemente en el célebre pasaje de Éx. 3, 14, entendiéndolo como la revelación del Nombre divino a Moisés. Las respectivas influencias de la ontología griega y de la Septuaginta que traduce el citado texto hebreo por “Yo Soy el que Soy" (ejgwv eijmi oJ w[n), se hicieron presentes en la tradición cristiana desde sus orígenes hasta la Escolástica del siglo XIII. Sea con matices esencialistas o de carácter existencial, el Dios bíblico ha sido comprendido como “Ser" en distintos momentos del cristianismo medieval. Este alejamiento de la intuición bíblica originaria en dirección a una concepción helénica del Ser, produjo notables consecuencias en la imagen de Dios sostenida por los cristianos.