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em Acceda, el repositorio institucional de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. España
Resumo:
[ES] Mediante la adopción del seudónimo masculino, algunas escritoras del siglo XIX y de la primera mitad del XX pudieron introducirse en un ámbito controlado absolutamente por hombres: el de la literatura. La sustitución de su nombre legal por otro ficticio les permitió ganarse el respeto de un elevado porcentaje de lectores que se mostraban todavía reticentes a valorar positivamente las obras escritas por una mujer, consideradas frívolas, sensibleras e intrascendentes. La necesidad de llevar puesta una máscara para alcanzar semejantes objetivos demuestra, no obstante, que las autoras de entonces en cierto modo seguían sometidas a los dictámenes de la sociedad patriarcal, cuyos prejuicios hubieron de asumir si querían que sus textos vieran la luz y fuesen tomados en serio. Con el seudónimo varonil ‒unido ocasionalmente también al travestismo físico, como ejemplifica el caso de George Sand‒, las escritoras forjaron de sí mismas unas imágenes descentradas, ambiguas, andróginas. Al mismo tiempo, la estrategia del cambio de género autoral presuponía el reconocimiento de una «condición masculina» inherente a la escritura.