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em Universidad de Alicante
Resumo:
Se analiza la zona de la playa San Juan, el Cabo de las Huertas y la Albufereta, situadas a 5 km al NE de la ciudad de Alicante, durante el periodo (1959-79), en el contexto de la Dictadura y con el único marco legal de la Ley del Suelo española 1956. Cabría decir que, en 1963, aparece la Ley de Centros y Zonas de Interés Turístico Nacional. El cambio de las condiciones nacionales de 1959 propicia la urbanización de la playa de San Juan en el cabo de Huertas de Alicante que, ya formaba parte de una ambiciosa propuesta de 1933. Juan Guardiola Gaya, arquitecto catalán, redacta el plan parcial de esta franja de terrenos frente al mar para convertirla en un barrio turístico autónomo. Resulta significativo que elementos tradicionalmente antiurbanos como la naturaleza, los espacios libres y la arquitectura aislada son los que definan esta nueva ciudad para las vacaciones. De ahí que durante mucho tiempo estos núcleos turísticos vacíos en gran parte del año y constituidos solamente casi por segundas residencias no hayan sido considerados auténticas ciudades. Obviamente estos núcleos, a diferencia de las ciudades propiamente dichas, eran ciudades-satélites alojadas en la periferia litoral y cultural. No disponían de equipamiento suficiente pero tampoco contaban con industrias. Por el contrario, tenían más espacios libres. Utilizamos el término ciudad, a pesar de su tamaño, porque estaban pensadas para el comercio del tiempo libre. Eran las otras ciudades, las del verano para las vacaciones, como este caso.
Resumo:
El regreso de los Borbones en 1814, a pesar del agresivo programa de extrema derecha que trajo consigo, según el cual pretendía acabar con el aparato del Estado centralizado por considerarlo la fuente misma del “peligro revolucionario”, no mermó en ningún caso el poder de una administración que había sido muy poco depurada. El realismo ultra rápidamente demostró su incapacidad para estabilizar la economía y la sociedad mediante un compromiso histórico que, sin embargo, fue rápidamente organizado por una tecnocracia compuesta por una fusión de los despachos de la Francia anterior a 1789 y los del episodio revolucionario e imperial. Entre lecciones de Turgot y de Corbert, el Estado se hizo el guardián y el tutor de un liberalismo económico y social que dotó de un nuevo impuso a la industrialización de Francia y a la formación de un mercado nacional protegido. Esta identidad modernizadora del Estado supo evolucionar. Sobrevivió al giro a la derecha de la vida política propiciado por Villèle y, para hacer frente a las dificultades que se encontró Francia en su modernización a partir de 1828, el Estado se propuso aprender de los “métodos ingleses” que hicieron evolucionar la rigidez de la administración napoleónica.