3 resultados para Territórios conservadores

em Universidade Complutense de Madrid


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El nacimiento de la Arqueología tiene una estrecha relación con el auge de los nacionalismos en toda Europa. En el estado español, tanto el nacionalismo centralista como los nacionalismos o regionalismos periféricos han utilizado referentes del pasado –a veces coincidentes– como sustento simbólico de sus narrativas. Es el caso de los celtas, pueblo mítico que ha servido tanto para afianzar la idea unitaria de España, como para refrendar la singularidad nacional/regional de territorios como Asturias y León. El papel de los arqueólogos en estos dos casos es analizado en este trabajo, pues supone una vía crucial para la reflexión historiográfica. Así, las narrativas académicas generadas en este ámbito adolecían habitualmente de una falta de crítica, que subordinaba el pasado prerromano a determinadas agendas políticas contemporáneas. La predominancia de la Historia Antigua o de visiones esencialistas, androcéntricas y socialmente conservadoras en los discursos arqueológicos caracterizan los estudios tradicionales sobre los grupos prerromanos de Asturias y León. Tras la consolidación del Estado de las Autonomías, el nacionalismo y el regionalismo se extendieron a amplias capas de la sociedad acompañados de discursos históricos que prescindieron de la legitimación de la Academia. Paradójicamente, estas narrativas reproducen discursos conservadores que tradicionalmente dominaban el discurso arqueológico. Ante esta situación, ¿nos corresponde a los arqueólogos asumir una posición multivocal liberal o deberíamos, en cambio, emprender acciones sociopolíticas críticas que inicien una autocrítica disciplinar y persigan transformar los marcos teórico-interpretativos dominantes?.

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La presente investigación trata de responder la siguiente pregunta: ¿hay un proceso de confluencia ideológica a lo largo de los siglos XIX y XX de los liberales y conservadores mexicanos en un proyecto educativo nacionalista? Para responderla, el trabajo analiza la disputa ideológica de tipo histórico en torno a la educación entre la élite liberal y la conservadora católica (incluida la jerarquía católica) mexicanas, con referencia a las relaciones Iglesia-Estado y al proceso de construcción de la nación. Dicho en otros términos, este trabajo analiza la construcción de la nación en México a través de la educación durante el periodo 1857-1982. En este estudio se considera que el origen de la nación mexicana es resultado de un proceso de construcción orquestado por las élites. El proceso se inició formalmente con la independencia de España en 1821. Desde entonces, las élites consideraron a la educación como una herramienta fundamental para trasmitir sus valores y construir los emblemas representativos de la nación. Las élites políticas percibieron que el monopolio de la educación les dotaba de ventajas sobre sus competidores, ya que proporcionaba diversos recursos institucionales para el ejercicio del poder y su conservación. En la disputa por el control de la educación, la Iglesia Católica (y el conservadurismo católico) proponía que la orientación moral del Estado, así como los valores de la democracia y la participación política, deberían sustentarse sobre una educación integral que incluyera la religión católica como parte de la regeneración moral de los individuos. Por su parte, la élite liberal dedicó el quehacer público a la secularización de la educación y a crear una sociedad racional que se liberara del oscurantismo y del fanatismo religioso. El conflicto se agudizó cuando la Iglesia Católica perdió el monopolio educativo con las Leyes de Reforma (1855-1863); entonces comenzó una fuerte competencia con el Estado (el Gobierno) por el control ideológico y político de la sociedad. Por su parte, la élite política liberal impidió el avance del conservadurismo católico y se hizo con los recursos institucionales (formales e informales) para conservar y legitimar su control del poder...

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En la historia peruana contemporánea, la obra en materia de educación del Presidente Ramón Castilla, a mediados del siglo XIX, no tuvo continuadores. Recién a comienzos del siglo XX aparecieron la política educacional como intransferible responsabilidad del Estado y el sistema de educación como un conjunto coherente de principios, normas y lineamientos pedagógicos y políticos que dan sentido y guían la actividad educativa. Los ecos de la polémica decimonónica entre conservadores y liberales, pero, sobre todo, el trauma nacional ocasionado por la derrota en la Guerra con Chile, convencieron al sector lúcido de la clase dominante de que era necesario ir reconstruyendo el país y organizándolo de una manera eficiente para su mejor inserción en el sistema de relaciones a nivel mundial. En la perspectiva de alcanzar este objetivo, la educación debía cumplir un papel de mucha importancia. Así se inició una nueva etapa de la educación peruana. Desde el Gobierno del Presidente José Pardo, entre 1904 y 1908, hasta el del Presidente Fernando Belaúnde, de 1963 a 1968, se dictaron una serie de medidas de desarrollo escolar y mejoramiento pedagógico, que no llegaron a satisfacer, ni cuantitativa ni cualitativamente, el anhelo indetenible y generalizado de educación y cultura de la mayoría de la nación, porque no tomaron en cuenta la realidad social y el ordenamiento institucional en los que se da la actividad educativa, sea esta espontánea o intencional. Durante varias décadas se invocó y se ensalzó a la educación como “milagrosa” herramienta de progreso, pero este estuvo muy lejos de ser alcanzado como meta de realización individual y colectiva. Constatada en 1970 la inoperancia del sistema de educación tradicional a través de un diagnóstico objetivo y rigurosamente fundamentado (el Informe General) sobre el proceso educativo nacional y la realidad social condicionante, el Gobierno militar peruano encabezado, entre 1968 y 1975, por el General Velasco Alvarado tomó la decisión de llevar a cabo una profunda reforma de la educación, partiendo de nuevos fundamentos políticos y educativos.