3 resultados para Catalunya-Historia-Felipe IV, 1621,1665

em Universidad Politécnica de Madrid


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D. Gaspar de Guzmán, III Conde-Duque de Olivares Roma 6/1/1587, Toro 22/7/1645), adquiere el señorío de Loeches en 1633 y desde entonces hasta su muerte construye un conjunto monástico-palacial, labor que continua su esposa Inés de Zúñiga hasta su fallecimiento en 1647. El autor de sus trazas fue el arquitecto albaceteño Alonso de Carbonel (1583-1660), responsable de la ejecución de otras obras coetáneas en Madrid, como el Palacio del Buen Retiro y el convento e Iglesia de los Santos Justo y Pastor ó de las Maravillas. Y Loeches fue el refugio y lugar del primer destierro de Olivares tras la pérdida del favor del rey Felipe IV, el 23 de enero de 1643. Gregorio Marañón en su libro sobre Olivares1 menciona y analiza someramente el palacio en ruinas, visitando y fotografiando el lugar antes de la Guerra Civil. En 2002, el profesor Juan Luis Blanco Mozo leyó una Tesis doctoral sobre Alonso Carbonel. En ella describía superficialmente el conjunto de Loeches, ya que su visita se limitó al exterior dado su carácter de clausura, su dificultad de acceso y su extensión. Son numerosos los estudios y publicaciones sobre los monasterios-palacio de los Austrias españoles, pero no lo son (exceptuando el caso de Lerma estudiado por D. Luis Cervera Vera) los que se han ocupado en profundidad de la emulación arquitectónica de esta idea por parte de la alta nobleza, y los altos cargos, secretarios ó ministros. Sus residencias eran con frecuencia una réplica de otras reales, eran prueba y demostración tanto de su poderío económico como de su “fuerza política”, de su reputación y de su “fama”. Ellos eran parte de una clase dirigente, inspiradores y coautores de la política y del programa ideológico de sus soberanos, responsables de un aparato administrativo y de un “estamento clientelar”, considerado por muchos como un invariante de la monarquía Habsburgo española.

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La estructura urbana de Madrid comenzó a dibujarse con los primeros asentamientos fortificados del siglo IX. Sus posteriores ampliaciones estuvieron acotadas por los sucesivos recintos que delimitaron los contornos de una capital en constante expansión. De carácter inicialmente defensivo, luego fiscal y sanitario, estas estructuras estuvieron articuladas en torno a las puertas de acceso a la Villa, estableciendo un sistema general de cerramiento y comunicación que permitiera el control de personas y mercancías en su tránsito hacia el interior de la ciudad. La modestia inicial con que las puertas y tapias del recinto edificado en tiempos de Felipe IV desempeñaron sus funciones de espaldas al exterior de la Villa fue remplazada por un creciente protagonismo, de carácter simbólico y ornamental, que trascendió a su propia arquitectura para inspirar algunas de las importantes transformaciones urbanas operadas en su entorno. Relacionada principalmente con el ideal ilustrado de embellecimiento de la ciudad, la renovación de sus puertas principales se completaba con la reedificación y regularización de sus cercas, y la conformación de nuevos paseos en las afueras de la capital, cuyo trazado vertebrará en buena medida la ocupación de la periferia y la consiguiente definición de la trama urbana del Madrid de hoy. El presente trabajo de investigación indaga sobre la significación urbana de las Reales Puertas de la Villa de Madrid, a partir de la revisión de su establecimiento en los sucesivos recintos de la capital, con especial atención a las transformaciones urbanas operadas en ella desde la definición de su último límite hasta la proyección futura del Madrid ampliado según el anteproyecto de Carlos Mª de Castro. La observación conjunta de las componentes arquitectónica y urbana de las puertas de la Villa de Madrid se ofrece a partir de un relato cronológico de los hechos, fundamentado en su justificación documental y la secuencia visual registrada en la cartografía histórica de la ciudad. La incorporación de aportaciones gráficas de nueva elaboración, de carácter y alcance diversos, proporciona una superposición espacio-temporal que posibilita la lectura comparada de las arquitecturas de las Reales Puertas de la Villa de Madrid y de las transformaciones urbanas operadas a partir de ellas, determinantes en gran medida la configuración de la ciudad actual. ABSTRACT Madrid’s current urban structure has its roots in the first fortified settlements of the IX century. Its subsequent expansions due to the capital’s constant growth were limited by successive enclosures, built originally as a defense mechanism, but later used for fiscal and sanitary purposes as well. The construction of these structures pivoted around the gates that gave access to the city, establishing an enclosure that allowed control of both people and goods on their way into the city. The gates and walls originally built by Felipe IV performed their purpose with a modesty that was later replaced by an increasing symbolic and ornamental prominence, eventually surpassing their own architecture to inspire profound urban changes around them. With the purpose of embellishing the city, the main gates were renovated, the walls were rebuilt and standardized, and new avenues were laid out outside the city. These changes dictated in large part the settling on the suburbs and the resulting configuration of Madrid’s urban scene as we know it today. This research explores the urban significance of the Royal Gates of Madrid through the study of the enclosures that marked the limits of the city. Special attention is given to the urban changes since the last enclosure was established through to Carlos Mª de Castro’s draft for Madrid’s future projection. The architectonic and urban facets of Madrid’s gates are examined simultaneously in a series of chronological events, based on relevant documentation and the graphical record found in Madrid’s historic cartography. This thesis includes new graphic contributions, which allow the comparison of the architecture of the Royal Gates of Madrid as they evolved in time and space. These documents are essential in order to understand the urban transformations that took place based on the Gates, having largely determined the city’s current configuration.

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Si bien se han ido realizando análisis sistemáticos desde el punto de vista arquitectónico de los diferentes jardines nacionales europeos, el jardín clásico español, a pesar del importante incremento de bibliografía operado en la última década, no ha sido todavía estudiado desde los criterios compositivos y espaciales propios de la disciplina arquitectónica. Responde el jardín clásico español a una organización perspectiva que proviene de las construcciones espaciales originadas y desarrolladas en Italia durante los siglos XV y XVI; establece, además, una importante conexión con la arquitectura de jardines contemporánea, es decir, las grandes corrientes europeas –desde el jardín renacentista italiano al barroco francés-, que asume, interpreta e incluso supera en cuanto a organización unitaria e integración con su entorno en varios ejemplos señeros. Pero esta imbricación europea se ve puntualizada por una influencia primordial: el concepto islámico del espacio arquitectónico, caracterizado por la fragmentación y la pérdida de la axialidad, que en España se extiende de forma generalizada. Fusionada con los principios perspectivos provenientes de Italia, esta concepción espacial proporciona a los jardines –y demás edificios- una gran riqueza espacial que, poco analizada y mal comprendida, se ha considerado habitualmente como falta de pericia compositiva. Este hecho ha negado a los jardines españoles originalidad alguna –otorgada, en cambio, a los hispanomusulmanes- y una clasificación periférica en la historia de la disciplina. El jardín clásico español presenta tres etapas principales: una primera, durante los siglos XVI y XVII, que se podría denominar renacentista; una segunda, en la primera mitad del siglo XVIII, de ascendencia barroca francesa, y, por último, en la segunda mitad del Ochocientos, el jardín neoclásico, que en buena medida retoma la organización formal de la primera etapa renacentista. Las tres influencias preponderantes en el jardín renacentista español son la hispanomusulmana, procedente de la ocupación islámica en España desde el siglo VIII hasta el XV, cuya estela se mantiene durante todo el desarrollo del jardín clásico; una flamenca, de menor calado y cuyo origen está en los contactos políticos de la corona española con Flandes, y, por último, la italiana, de donde procederá la espacialidad perspectiva propia del Renacimiento, extendida por toda Europa y conocida en España asimismo por vínculos políticos y culturales. El jardín hispanomusulmán va a proporcionar los rasgos distintivos de la jardinería española posterior, derivados de la necesaria adaptación compositiva a un medio físico poco idóneo para la implantación de jardines. Esta cuestión se soluciona tradicionalmente de forma perfecta con el patio y el apoyo de una serie de elementos arquitectónicos de carácter ligero articulados aleatoriamente con la vivienda para organizar su entorno, operación que produce un organismo superior asimétrico y estructurado a partir de pequeños fragmentos ordenados por ejes quebrados, cuyo crecimiento no presupone un cambio en las cualidades espaciales del jardín. Esta ordenación quebrada y la fragmentación espacial tienden a embarazar la unidad perspectiva renacentista, de tal forma que el jardín español no presenta grandes ejes visuales ni espacios fugados, sino pequeñas piezas independientes –adaptadas mejor a la corrección climática y al riego- que se agregan sin intención de regularidad o simetría, pues buscan la ambigüedad espacial mediante la ofuscación de la percepción y orientación en el jardín, como sucedía en las obras hispanomusulmanas. El jardín renacentista español tendrá una doble vertiente dependiendo del medio físico donde se asiente: si este es poco propicio a la implantación de jardines, se recuperará la ordenación espacial medieval musulmana como respuesta compositiva a dicho entorno remiso, pues los ensayos de jardines basados en elementos arquitectónicos, ante la dificultad de estructurar el espacio del jardín en España con las componentes naturales –topografía, vegetación y agua-, se realizaron con éxito y se reutilizaron en siglos posteriores, e incluso alcanzan el momento actual; contemporáneamente, en territorios propicios a la creación de jardines –generalmente, riberas de ríos-, se podrá desarrollar el espacio perspectivo unitario italiano, que producirá ejemplos de gran calidad. Así, Felipe II creará de forma simultánea jardines muy diferentes según su ubicación. Entre los de carácter más medieval destacan los del Alcázar de Madrid y Valsaín –con el antecedente de Yuste, promovido por Carlos V-, y de los plenamente renacentistas, la Casa de Campo, El Escorial y Aranjuez, éstos últimos de Juan Bautista de Toledo. Los dos primeros se organizan con varios recintos independientes articulados por ejes quebrados y ordenados a partir de elementos ligeros –galerías, torreones, miradores- que se proyectan hacia el exterior para dar forma al entorno inmediato del palacio. Los últimos, en cambio, utilizan las posibilidades del medio natural para estructurar los jardines, y establecen magníficos ejes de raigambre renacentista, origen de espacios perspectivos unitarios de gran interés, dado su tamaño y temprana fecha de creación. Así, en la Casa de Campo la villa se articula con un jardín llano cuya unidad espacial no tiene parangón en la Italia del momento; en Aranjuez, el Jardín de la Isla, independiente en su trazado del palacio que lo propicia, presenta una superposición de dos ejes con gradientes en sentido contrario, y una ordenación a escala territorial, las Huertas de Picotajo, con una malla focalizada de doble simetría adaptada a un difícil meandro del río Jarama y con capacidad de extensión ilimitada en la vega de Aranjuez, que es contemporánea pero mucho más evolucionada que los primeros tridentes creados en Italia y anterior en un siglo a las formalizaciones de Versalles. Frente a estas realizaciones reales, en España los jardines nobiliarios responden a una clara influencia medieval, como los del duque de Alcalá en Bornos, el marqués de Mondéjar, Bellaflor en Sevilla, la Casa del Rey en Arganda o el cigarral de Buenavista en Toledo. Pero en paralelo con éstos y promovidos por nobles conectados con Italia, se están implantando jardines de hispanomusulmana-, en fechas incluso anteriores a los construidos por la corona. Así, el marqués de Villena construye en Cadalso de los Vidrios un jardín con una tempranísima ordenación en terrazas que se integra con su entorno; el duque de Alba en Abadía realiza la misma operación con mayor desarrollo espacial; y en Béjar por el duque de esta ciudad salmantina se establece otro jardín de clara espacialidad italiana, pero con la casa fuera de la ordenación. El siglo XVII supone, en los escasos ejemplos construidos, la prolongación de la espacialidad renacentista introducida por Juan Bautista de Toledo. Hay una clara continuidad en los jardines aterrazados, como La Zarzuela y La Florida, mientras en el ejemplo llano principal, el Buen Retiro, se atiende más a la fragmentación hispana y a una adaptación de los sistemas de extensión al aumento de escala. Así había sucedido en Italia, donde los jardines de malla ortogonal se convirtieron en grandes parques focalizados, con avenidas arboladas y remates perspectivos, elementos que se repiten en el jardín madrileño, aunque sin la unidad conseguida en los precedentes mediante la focalización. El siglo XVIII va a conocer la nueva dinastía de los Borbones y el jardín barroco francés, que supondrá un cambio radical en la concepción espacial del jardín, aunque la influencia hispana no dejará de producirse. El tamaño de estos jardines, su coste de implantación y mantenimiento y la falta de adaptación al medio físico español serán los factores principales del escaso desarrollo que el jardín de Le Nôtre alcanzó en España. A pesar de los proyectos realizados - algunos de gran calidad, como los de Robert de Cotte para el Buen Retiro, los del Palacio Real Nuevo, el de Riofrío y el del castillo de Villaviciosa de Odón-, sólo se van a construir escasos parterres de los denominados urbanos. Entre ellos hay que destacar los del Buen Retiro, Aranjuez y palacios de Liria, Buenavista y Altamira en Madrid, Piedrahita para los duques de Alba, el convento de Santa Bárbara, Migas Calientes –algunos de éstos quedaron en proyecto-, a los que se añade un gran jardín con todos los componentes, que es San Ildefonso de La Granja. En La Granja se puede encontrar un parque completo a la francesa, que responde en mayor medida a los principios establecidos en el tratado de Dezallier d'Argenville que a la influencia directa de las obras de Le Nôtre. Pero la ordenación canónica de jardín barroco francés se particulariza mediante los dispositivos proyectuales de origen hispano, pues se desjerarquizan los ejes principales impidiendo su continuidad, que queda truncada por desarrollos paralelos, interrupciones perspectivas y ejes quebrados. En la segunda mitad del siglo XVIII, los propios monarcas Borbones recuperarán los jardines regulares de los Austrias, cuyos tipos llano y aterrazado tuvieron un importante desarrollo con Felipe II y Juan Bautista de Toledo y gozaban de un merecido prestigio. Ya con Fernando VI se introdujeron ordenaciones de inspiración renacentista, como en el Jardín del Príncipe de Aranjuez; pero será con su hermano Carlos III cuando se revisen las actuaciones filipinas. Juan de Villanueva fue el autor de los principales jardines del momento -entre ellos, las Casitas realizadas para el príncipe de Asturias, el futuro Carlos IV y su hermano el infante Don Gabriel- aunque Ventura Rodríguez realizó en esos años un magnífico epílogo del jardín aterrazado en España: el palacio para el infante Don Luis en Boadilla del Monte, así como proyectos para el parque del Palacio Real Nuevo. En las Casitas de El Escorial –en menor medida en El Pardo-, Villanueva recoge una larga tradición de jardines aterrazados que, además, inserta magistralmente en su entorno, dentro de la secular tradición española de adaptación al medio físico. Lejos de presentar una lectura canónica, aunque utilizando todos los recursos del tipo, el arquitecto consigue la ambigüedad espacial hispana mediante la superposición en el eje longitudinal de dos gradaciones de dirección contraria, accesos quebrados e interrupción de las visuales y el viario, sin prescindir de una ordenación clásica. También de Villanueva son el proyecto definitivo del Jardín Botánico, de gran claridad compositiva y orden científico, y, para el Palacio Real Nuevo y su entorno, el jardín previo a las Reales Caballerizas y una remodelación de la Casa de Campo y su acceso.